Roxana Zúñiga Quesada, periodista
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Un pueblo de Poás quería tener una escuela, pero el Gobierno no lo estimaba necesario dado el número de chiquillos que corrían por las calles.

Tras mucho insistir, el Presidente los visitó. Después de atiparlo de picadillo, tortillas, aguadulce, cajetas y diversas peticiones, pasaron del punteo a la solicitud directa. –“Señor, deseamos un centro educativo donde nuestros niños puedan estudiar y labrarse un mejor porvenir…”.

–“Pero es que ustedes son muy poquitillos… no tienen tantos menores como para abrir una escuela”, se defendía con determinación el gobernante. –“Señor, con todo respeto, usted ponga la escuela que nosotros hacemos los niños…”.

En otro caserío de Alajuela vivía una famosa pareja a la que le encantaba el guaro. Cada día vaciaban las botellas de elixir de caña, pero por menos de una cuarta no acompañaban a nadie. “Es que por menos de eso no vale la pena ensuciarse el estómago”, afirmaban entre risas.

Estas son solo dos de la infinidad de historias y anécdotas que contaba el periodista, escritor e historiador Guillermo Villegas, quien acaba de partir al reino de Dios. Hablar con él era un deleite y un aprendizaje fenomenal. Tenía una memoria impresionante y manejaba tanta información como una biblioteca con camisa y pantalón.

Fue uno de los máximos historiadores de la guerra del 48 y no me alcanza el espacio para enumerar sus méritos.