Álvaro Sáenz Zúñiga, presbítero
asaenz@liturgo.org
La Navidad concluye hoy con el Bautismo del Señor. Es evidente que a la comunidad creyente, le urge que Jesús crezca, que abandone la debilidad de su infancia y que asuma nuestra condición humana y nos dé la salvación. La liturgia propone un rapidísimo crecimiento de Jesús. Pasa de la cuna a mostrarlo como adulto, asumiendo su tarea de profeta. Y para iniciar esa nueva etapa, un acto inaugural, un asumir lo fundamental de la misión.
Sin duda, la gente en tiempos de Jesús estaba urgida del Mesías. Juan ha estado bautizando cerca del Jordán y, por su estatura moral y la franqueza de sus palabras, la gente se pregunta si no será el Mesías. Pero Juan les responde: “Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego”.
Juan sabe que la llegada del Mesías es inminente. Él, responsable de preparar para Jesús un pueblo bien dispuesto, bautiza a los que llegan y entre ellos, quizá, también al Señor.
Que la fiesta del bautismo del Jesús nos ayude a comprender la importancia de nuestro propio bautismo. Cuando un cristiano nace de la fuente bautismal ha quedado configurado con Cristo.
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