Antonio Alfaro
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Traigo en el maletín un pan bon, cinco patís, un “plantin tart” y una deuda enorme con Limón. Comercial: Limón también tiene una deuda consigo.
Son las 5:50 p.m. y me despido en silencio de mi voto. Muere a mitad de camino entre Limón y San José, muy lejos de la urna en el Instituto de Alajuela. Ni en helicóptero llegaría a tiempo, una vez cumplido el “destierro” periodístico de cubrir las elecciones en el Caribe. “Voto por Limón”, le dije a mi casi fallecido sufragio, como queriendo arrancarle una sonrisa.
A la tierra olvidada habíamos llegado en víspera de elecciones, en busca de ese fervor que no hacía más que asomarse en la banderita de un auto o la calcomanía del otro, con la sombra del abstencionismo no superado por ninguna otra provincia cuatro años atrás.
Las elecciones nos llevaron a Cahuita, Puerto Viejo y más de un valioso paraje.
Siendo de esos que cuando dicen “playa” piensan en Guanacaste o Puntarenas, me declaro en deuda con Limón.
Sus arenas seducen, su cultura se tiñe de colores, en su puerto se embarca parte de nuestra economía, pero los Gobiernos siguen en deuda con Limón.
Limón parece una tierra que vive en cámara lenta, que arrastra los pies, pero denle una pista de tartán y unas zapatillas de correr y hará los 400 metros en tan solo 45 segundos. Como Nery Brenes –me figuro, mientras echo mano a un patí–.
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