Doloroso por el hecho en sí: un menor que ingresa armado a una institución educativa con la intención de herir a su directora. Lo logra y causa un incidente que consterna a la opinión pública. Doloroso por las implicaciones para las familias afectadas: la de la educadora víctima; la del menor, sujeto ahora de la instancia judicial juvenil, y doloroso para la comunidad docente y estudiantil de la institución escenario del suceso.
¿Qué pasó? Pero por sobre todo: ¿por qué pasó?, es la pregunta que inquieta a estas horas a la opinión pública tras la agresión a la profesora Nancy María Chaverri, directora del colegio Montebello en Mercedes Sur de Heredia.
Las primeras versiones alusivas al hecho apuntan a que el joven actuó con tal agresividad ante supuestos severos roces con la educadora.
Nada justifica ni en este ni en ningún otro caso la comisión de una acción como la que hoy tiene con particular preocupación a nuestra sociedad.
Y abunda la inquietud: ¿a cuántos casos potenciales de violencia, como este, se exponen otros centros en el país ante la ausencia de mayor rigor en su disciplina y seguridad o la carencia de elemental control en los accesos de armas de cualquier naturaleza a escuelas y colegios?
Las estadísticas que trascienden de las autoridades, tras este suceso, revelan que entre 2006 y 2008 fueron decomisadas 191 armas de fuego, entre ellas, ¡increíble!, cinco en poder de menores en edad preescolar.
Gabriela Valverde, directora de Promoción y Protección de los Derechos estudiantiles del MEP, dijo al diario La Nación que los alumnos se quejan de la poca atención que le prestan los educadores cuando tienen un problema.
Una y otra valoración nos llevan a un punto medular de interrogante: ¿qué está pasando en nuestra convivencia social, en el trato con jóvenes, en particular, para que de pronto vivamos hechos tan graves, como el mencionado, protagonizado por un joven estudiante?
Se necesita trabajar con tenacidad por una cultura de mayor conversación, de mayor entendimiento, de menor confrontación en todos los estratos de nuestra sociedad.
La responsabilidad cae sobre muchos actores: la familia, la Iglesia, el Estado. Por eso un suceso como este no debe pasar desapercibido y, para empezar, debería repercutir, en el MEP, en un denodado esfuerzo para frenar y detectar, a tiempo, males mayores en los centros educativos, nervios de la vida nacional.
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