Mauricio Astorga, actor
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Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Ayer fui al final del mundo. Al menos metafóricamente; porque así consideran al Cabo de la Buena Esperanza en Sudáfrica; el punto más al sur de este continente.
Ha sido uno de los viajes más maravillosos de mi vida.
Comenzamos en Table Mountain, nominada como una de las siete maravillas naturales del mundo. Desde ahí se disfruta de la vista de Ciudad del Cabo. Por eso para llegar hasta allá hay que subir en teleférico.
Kilómetros más adelante paramos en la playa Boulders, donde los destacados inquilinos son los pingüinos africanos.
Ahí se pueden ver por cientos. Ellos disfrutan de la arena, el mar y el sol en libertad a solo unos metros de distancia.
Con su divertida manera de andar conquistan a todos los visitantes.
Y por fin llegamos al Cabo de la Buena Esperanza, donde se unen el Océano Índico y el Atlántico. Desde el faro se aprecia cómo se forma una línea de espuma justo donde se encuentran las corrientes de ambos océanos.
Como buen porteño, aunque el agua estaba muy fría, no pude contener la tentación de meterme y sentir el agua de estos dos mares. ¡Casi me congelo!
De este viaje conservo una pequeña piedra de este sitio, para recordar siempre que no hay lugar del mundo adonde no se pueda llegar con la ayuda de Dios y para no olvidar nunca que el arte me llevó hasta el lugar donde se termina el mundo.
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