Ana Coralia Fernández
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El fin de semana, una familia quedó mutilada por un accidente de tránsito: un papá y sus dos hijos murieron al colisionar con un bus en la carretera Bernardo Soto en Alajuela.

Me detengo en el hecho para pensar en la madre y esposa que sobrevive a semejante impacto.

Pienso en ella y en quienes sobreviven a un duelo de tal magnitud.

La lista es enorme. El dolor indescriptible. Las dimensiones de consecuencias indescifrables.

Y me pregunto: ¿cómo se sigue la vida ante tanto dolor? No encuentro palabras de consuelo. Ni siquiera una lejana idea de tener una explicación.

La fe, la psicología, la solidaridad, la fuerza del espíritu sin duda serán muletas para continuar.

Pero también es válido meditar sobre todas estas personas a quienes la muerte les arrebató sin tiempo a nada a sus seres más queridos.

Aunque no los conozcamos, dedicarles un espacio en la mente y en el corazón para que ellos se fortalezcan y puedan al menos seguir la senda a pesar de la pérdida.

Y tal vez, aunque resulte un intento en vano, cuidarnos para los nuestros: conducir mejor, ser prudentes en las vías, adelantarnos a lo que podría pasar, no exponernos a la delincuencia hasta donde el sentido común lo permita y demostrar nuestro afecto a quienes amamos, porque una vez que se cierra la puerta de la casa para enfrentar el día, nunca se sabe si vamos a regresar.