Álvaro Sáenz Zúñiga, presbítero
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Hoy la liturgia nos propone un texto extraordinario de la literatura bíblica, el pasaje del “hijo pródigo” o más bien “del padre amoroso”, parábola con que Jesús responde a aquellos que se molestaban porque él acogía a los pecadores y comía con ellos.
Es parábola de sorpresas. Sorprende que el muchachillo quiera una plata que en realidad no es suya; sorprende que el papá se la dé.
Sorprende que abandone la casa y al padre. Asombra que el papá lo espere siempre y que, cuando aquel decida volver, lo reciba feliz.
Nos sorprende el abrazo y el reintegro a la familia. Ante nuestra sorpresa el papá lo viste, le pone un anillo y calza sus pies.
Acaso nos choca la reacción del hermano, mezquino y rencoroso. Y termina por impactarnos que el papá dé una gran fiesta por ese hijo al que creía muerto y ahora recupera lleno de alegría.
Esta es la parábola del perdón. Es la mejor exposición que Jesús hace sobre el amor incondicional del Padre celestial para con nosotros.
Hoy domingo, los creyentes nos reunimos en la fiesta de los hijos de Dios. Es la cena que el Señor ofrece cada semana como fiesta del perdón. Dios quiere abrazarnos y darnos su perdón incondicional.
Él sólo espera que nosotros aceptemos ese perdón gratuito y generoso y que seamos fraternos con los demás.
Dios da una fiesta por mí, celebra así mi reconciliación. Él es capaz de olvidar el pasado y ofrecerme el futuro preparado para mí. Él es ese padre amoroso que pese a mi despilfarro, es feliz de que regrese a casa para vivir con él eternamente.
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