Antonio Alfaro
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En Turkisán la gente vive 100 años, goza de buena salud, respira aire puro. En Turquisán el vendedor de frutas no arrastra sus pies cansados sobre el asfalto caliente y sus bolsas de mandarinas y melones no parecen deshidratarse sobre sus hombros, mientras los ofrece. Sus aparentes 60 años, todos curtidos por el sol, parecerían 50 en Turquisán.

¿Acaso existe realmente una receta de longevidad? Matusalem llegó a 969 años, pero el secreto se lo llevó el diluvio, mientras Sabina, cigarro en mano, lo canta a los cuatro vientos: si lo que quieres es vivir 100 años, no pruebes los licores del placer, no lo hagas nunca sin condón, vigila tu colesterol, haz músculos de cinco a seis.

Secretos van y vienen, desde gimnasios, dietas, cremas, hasta bañarse en leche como Cleopatra, nada científicamente seguro. No está de más nacer en Costa Rica, el onceavo país del mundo con mayor esperanza de vida al nacer, donde 79 años le esperan como pronóstico (allá usted si los hipoteca), casi tantos como los 80,5 de los suizos o los 81 de los japoneses.

Déjeme hacerle una pregunta –me dijo el vendedor ambulante de frutas–. ¿Usted quiere vivir bastantes años? “En países como Turquisán –continuó él– la gente vive mucho; viven en el campo, toman leche de cabra, no tienen vicios”. Al rato entendí que a Turkisán no hay que buscarlo en el mapamundi: es sólo un nombre para la felicidad.