Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
asaenz@liturgo.org
Reciban el Espíritu Santo. En Pentecostés se inaugura la Iglesia que, capacitada por el Espíritu, asume la tarea que le dejó el Resucitado. Pero inaugurar no es nacer, como tampoco hay una única venida del Espíritu. Así como la Iglesia “nace” progresivamente, el Espíritu viene también en etapas.
Hoy, de hecho, se nos habla de dos “venidas” del Espíritu. La primera, en Pentecostés. La segunda, anterior a esta, al aparecer el Resucitado a los apóstoles, (al atardecer del primer día de la semana). Sopla sobre ellos y les da su Espíritu.
Ahora bien, porque Jesús sabe que los apóstoles por sí solos no podrían realizar la tarea, les fortalece con el Paráclito. “Reciban al Espíritu Santo”. Jesús adelanta al Espíritu cuya acción será tan intensa en la Iglesia que los apóstoles hasta podrán perdonar pecados e incluso retenerlos.
Y Jesús es también fuente del Espíritu, su perenne surtidor. Por eso anoche, en la vigilia, Jesús convocaba a todo el que tuviera sed para que viniera a Él y bebiera. Y agrega que el que beba de él se convertirá en manantial que saltará hasta la vida eterna. Lo dice refiriéndose al Espíritu.
Cristo da el Espíritu Santo y nace la Iglesia, comunidad que disfruta de ese Espíritu compartiéndolo con los hermanos en la fe. El Espíritu permitirá a la comunidad creyente celebrar la Eucaristía y certificar el perdón de los pecados, vivir la fraternidad y el amor.
Sintámonos enviados por Cristo y enriquecidos por su Espíritu. Vayamos a anunciar la buena noticia del reino, y dejemos que sea ese Espíritu quien impulse nuestro caminar.
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