Mauricio Astorga
Hoy, más que nunca, debemos abrazarnos a la vocación pacifista que nos caracteriza como pueblo.
Pero cómo cuesta no abandonar esto, ante el atropello desmedido del desprestigiado gobierno nicaragüense, liderado por la infame y patética figura de Daniel Ortega quien, una vez más, demuestra su matonismo utilizando a sus fuerzas militares contra un pueblo pacífico y sin ejército como el nuestro.
Afortunadamente somos una democracia que escogió el camino de la paz y que hace muchos años renunció a la posibilidad de resolver sus conflictos con la fuerza armada. Eso nos hace diametralmente diferentes a la vocación bélica de Ortega y sus achichincles, incluida su pintoresca Asamblea Nacional.
Por eso somos el país más feliz del mundo, porque amamos la paz y tenemos la firme convicción de que las armas no son la solución a ningún tipo de conflictos.
Nuestro ejército son los maestros, nuestras tropas de élite son los niños y jóvenes que diariamente se nutren con el conocimiento y la educación, nuestras trincheras están en nuestros centros de enseñanza.
Debemos tener paciencia y confiar en que las vías del diálogo y el derecho pondrán fin a este conflicto. Ese es el campo de batalla de un pueblo sin ejército como el nuestro.
Esta ruta suele ser más lenta que la de las balas pero, cuando hayamos triunfado, nuestra gloria será de mayores dimensiones.
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