Ana Coralia Fernández
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Dicen que seguro el miércoles serán sacados del hoyo, identificados, analizados, entrevistados, filmados los 33 mineros (32 chilenos y un boliviano).
Ellos verán la luz del sol, esa que convirtieron en metáfora desde hace más de dos meses y si Dios quiere saldrán todos con vida, luego haber pasado las horas más oscuras (sin posibilidad de metáfora alguna), bajo la tierra del desierto más árido.
“Chi-chi-chi-lé-lé-lé”, es la consigna popular en las calles de ese pueblo que convierte, como un extraño rey Midas, las adversidades en oportunidades para levantarse: el terremoto fue la más reciente lección histórica indeleble.
De aquí al miércoles, uno de los rescates más mediáticos de este siglo, será visto segundo a segundo, por todos quienes le apostamos una “pesetica” al espíritu de lucha y de supervivencia humanos.
Y Chile, será como la estrella solitaria de su bandera, una luz y una pauta para demostrar que la lealtad, la sugestión, la buena vibra, la fuerza del cariño, rezar de vez en cuando y sobre todo no perder la esperanza, son herramientas útiles para salir adelante. La tecnología sin estos accesorios no es más que un revoltijo de carne con madera.
Luego del rescate, allí quedarán los chunches. Se irán a casa las miradas profundas, las manos estrechadas, los corazones encontrados, las familias unidas, verdaderas vetas de mina esculpidas adentro y afuera de la mina San José.
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