Edgar Fonseca
Después de sentar en el banquillo a dos expresidentes de la República por los mayores escándalos de corrupción pública que ha vivido el país en tiempos recientes.
Después de lograr, en un precedente histórico, la condena, aunque mínima, de uno de ellos.
Y de llevar a sus etapas extremas el segundo caso.
En momentos en que gentes interesadas promueven, con no poco desparpajo, eliminar la figura del testigo de la corona, que se yergue crucial hoy en la lucha penal contra las mafias públicas y privadas.
Y después de enviar en perreras, a las mazmorras judiciales, a decenas de funcionarios y exfuncionarios públicos y a particulares, como no se había consumado nunca antes en la tarea de la Fiscalía.
Ejecutores unos, cómplices otros, de todo tipo de corruptela en sus funciones, la tarea del nuevo Fiscal, parece titánica.
Su mayor desafío: preservar la independencia de la Fiscalía General de la República, de todo germen, de toda presión, de toda amenaza que se presente desde fuera y desde dentro del Poder Judicial.
Hay un antes y un después en la historia judicial e institucional del país, tras los juicios a los expresidentes y a sus séquitos.
El amedrentamiento y la deslegitimación de la instancia fiscalizadora y de su responsable fue la respuesta de algunas gentes interesadas.
Pero la acción de la justicia fue ineludible por la salud institucional del país.
El mal se extiende; las ramificaciones son profundas en el sistema y ahí, el nuevo Fiscal tiene un desafío mayúsculo, empezando por poner en raya a ciertos politiquillos, con piel de oveja, que hoy le llenan de incienso y saumerios, como queriendo un borrón y cuenta nueva, como si aquí no hubiese pasado nada.
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