Llanto, emoción, alegría, fe renovada son algunos sentimientos que despertaron en el mundo entero ver emerger del fondo de la tierra a los 33 mineros de Atacama vivos, y sanos. Más allá de este torrente de emociones y admiración a Chile, el rescate del siglo es toda una cátedra de liderazgo de determinación presidencial, de Sebastián Piñera, nueve meses después de su llegada a la Presidencia donde se enfrenta al momento clave de su gestión. Y quizás de su vida, porque ya nada será igual para él.
Su gobierno se aferró a hacer “lo humanamente posible” para rescatar a los sobrevivientes. Y lo hizo.
Lo que parecía una operación imposible e inédita, se convirtió en un rescate perfecto.
Coraje, solidaridad, eficiencia, trabajo en equipo y democracia fluyeron de los 33 mineros. De ellos emanaron fortalezas y debilidades en procura de un bien común: sobrevivir.
Temor, flaqueza, miedo a morir de hambre o asfixia los asaltaron en sus 69 días de cautiverio y también surgieron esperanza y fe; ingenio, respeto y calma.
“Espero que esto nunca más vuelva a ocurrir”, pidió al presidente Piñera Luis Urzúa, el último de los mineros al emerger a la superficie y también jefe de turno de la Mina San José.
“Nadie puede garantizar que no hayan más accidentes en nuestro país. Pero podemos garantizar que nunca más vamos a permitir que se trabaje en condiciones tan inseguras y tan inhumanas como en la Mina San José y en muchos otros lugares”, se comprometió Piñera con Chile.
Ningún país está exento de enfrentar una emergencia similar, pero cuán preparados estamos para integrar y aglutinar a las mejores reservas para enfrentarla es una tarea pendiente.
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