Domingo 17 de octubre de 2010, San José, Costa Rica
Nacionales | De hoy
Evangelio

Álvaro Sáenz Zúñiga, presbítero
asaenz@liturgo.org.

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¡Cuán floja es nuestra capacidad de rezar! Lo hacemos por interés, para pedir algo, buscar metas y, sea que lo obtengamos o no, con frecuencia abandonamos nuestra oración para dedicarnos a tonterías.

Jesús hoy nos dice que es necesario orar siempre, sin desanimarse. Y nos propone el ejemplo de un juez: “que no temía a Dios ni le importaban los hombres”. Por entonces los jueces atendían a sus clientes a las puertas de las ciudades, no había oficinas ni sitios privados. Por ello, aquella mujer lo veía todos los días y a toda hora le reclamaba justicia contra su adversario, cosa que todo el mundo oía. Era viuda, es decir, el grupo más débil de la sociedad hebrea de aquellos tiempos. Ellas y los huérfanos vivían de limosna porque no heredaban los bienes de sus esposos y padres.

El juez sabía de la pobreza de la mujer y por ello posponía el caso. Pero un día, buscando su propia paz y para recuperar su prestigio, se piensa: “Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga a fastidiarme”.

La frase de aquel juez retorcido sirve a Jesús para probarnos su argumento: nos asegura que si un juez corrupto es capaz incluso de renunciar a su propio beneficio, ¡cuánto más hará Dios, nuestro Padre, que nos ama, hará justicia a sus elegidos que claman a él día y noche!

Dios siempre responde nuestras plegarias, pero lo hace a su propio tiempo. Esto hace que nos cansemos y perdamos la fe. Por eso la pregunta final de Jesús es contundente: “cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?”. Sepamos esperar. Oremos sin descanso.

Escuche Radio María, 610 AM o: www.radiomaria.cr.

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