Antonio Alfaro
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¿A qué lugar del mundo se escaparía para no ser encontrado?
La pregunta se dio en un programa de televisión española, en el que sus conductores, un hombre y una mujer, discuten cualquier tema.
–¡A Nueva York!– dijo ella. Es tan grande, con tanta gente, que uno sería la aguja en el pajar.
–Yo me iría– dijo él, a un rincón de Costa Rica llamado Tortuguero, en medio de la selva, a una hora en río, sin casas, solo vegetación, hasta llegar a un pueblo donde nadie se mete con nadie.
En marzo del 2007, cuando escribí la “Primera Parte” de esta columna, recién había conocido Tortuguero, donde dos “españoletes” me contaron sobre aquel programa televisivo, mientras bebían una cerveza, en un bar de madera a orillas de la laguna.
Hoy les escribo la “Segunda Parte” desde Nueva York, la ciudad de los 8,3 millones de habitantes, de los 170 idiomas, la ciudad de los Yanquis, Wall Street, del león Alex (el de Madagascar), del Setiembre 11, de los rascacielos, la sede de las Naciones Unidas, el sistema de metro más grande del mundo –o uno de los más grandes– con líneas como venas en el cuerpo humano, en funcionamiento las 24 horas, los 365 días del año y donde el tiempo parece tener mucha prisa.
Hoy puedo darles mi respuesta completa: Nueva York es para perderse. Tortuguero (extiéndase a Costa Rica) para encontrarse.
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