A lo mejor la realidad diaria nos haga ver ciertos argumentos de Jesús como desconcertantes. Así, hoy Jesús nos propone tres ejemplos especialmente conmovedores, con los que quiere revelarnos el enorme amor de Dios.

Primero, el auditorio de Jesús: la mayoría son publicanos y pecadores, gente “despreciable e indigna”. Claro que al acogerlos hace que el otro grupo, de fariseos y escribas, que viven de su pureza legal, se aleje de la cercanía del amor de Dios hecho carne al que juzgan diciendo: ‘Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos’.

Jesús responde con tres parábolas maravillosas. La de la moneda perdida sea la más comprensible. Ella sabe que la moneda está allí en la casa. Pero la parábola de la oveja parte de un argumento muy de Jesús pero raro para nosotros. Y es que ningún pastor “bueno” deja 99 ovejas en el campo para ir a buscar a la tonta y evasiva, la juguetona y tremenda, que siempre se pierde. Esa oveja es usted, soy yo, la oveja más valiosa para Jesús.

El tercer texto es la parábola del padre amoroso, del hijo derrochador. Es muy poco lo que podemos agregar a Lucas 15, 1-32, que le recomiendo repasar. En él estamos todos retratados, pero el retrato más perfecto es el del padre Dios: amoroso, solicito, tierno y preocupado, inquietado por el hijo ausente, que espera retorne y se prepara para recibirlo con los brazos abiertos.

El hijo regresa y recibe el abrazo, es reinstalado, dignificado, confortado. Pero no todo es bello. El hermano, que nunca indagó el amor de su padre, rechaza al hermano, y al papá. ¿No somos a veces un poco así?

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