Roxana Zúñiga Quesada, periodista
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La memoria infantil es el mejor archivo. Por eso dicen que si alguien desea ganarse un enemigo eterno que le haga una trastada a un niño.
Uno de los cuentos más sabrosos de “Magón” trata del hombre que, mediante artimañas engaña a un chiquillo para quitarle su silla en un famoso circo que vino al San José de mediados del siglo XIX.
Luego la revancha de la vida los puso frente a frente y el mocoso, ya un famoso abogado, cobró venganza al no hacerle un favor legal.
Pero di una vuelta por Puntarenas para llegar a Goicoechea.
La semana pasada dije que iba a hacer algunos comentarios de los personajes de ese cantón que marcaron mis recuerdos. Empiezo por “Cochecho”.
Nunca supe su nombre; tenía barba blanca desarreglada, montado en su carretón rojo y que fungía como taxi de carga.
El caballo que tiraba era flaco, con hambre eterna y con los ojos tristes de quien odia su trabajo.
“Cochecho” transitaba a ritmo lento, casi siempre con el vehículo cargado de paja (¿la cena del jamelgo?) y uno que otro racimo de plátano o banano.
No recuerdo verlo sonreír; siempre ensimismado, nostálgico, lejano, inalcanzable… era una bruma humana, un chorro de humo entre un desgastado pantalón de mezclilla y unas botas de hule torcidas por el uso.
La chiquillada le tenía respeto (ese miedo que se cubre de solemnidad) y nadie osaba una broma.
El chirriar de su coche rojo (de ahí su apodo, supongo) por las calles de Guadalupe será eterno en mis remembranzas.
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