Internacionales
Domingo 28 de agosto de 2011, San José, Costa Rica

Se abren paso en la asociación Fernanda Bianchini

Ciegas en ballet de Brasil

Sao Paulo / AFP. - Con la mirada perdida, un grupo de bailarinas practica en la barra giros y piruetas, mientras la profesora corrige posturas con un suave toque, en un contacto físico fundamental para estas jóvenes que integran la única compañía profesional de ballet para ciegos en Brasil.

Las bailarinas de la Asociación Fernanda Bianchini ensayan duramente poco antes de presentar “Don Pasquale” en el Encuentro Nacional de Danza (Enda) en la ciudad brasileña de Sao Paulo.

El aprendizaje es lento y arduo, y requirió de la bailarina Fernanda Bianchini, de 32 años, mucha paciencia para transmitir a sus alumnas las técnicas y la belleza de la disciplina.

“Lo más difícil es enseñarles la ligereza de los brazos”, ya que las bailarinas no pueden imitar el movimiento y en muchos casos nunca vieron a nadie bailar, explicó Bianchini. Es más fácil “enseñar la postura de las piernas”, una estructura más asociada a su rigidez natural.

Pero con imaginación, todos los desafíos parecen superables. “Tratamos de asociar cada paso con algo concreto”, destacó la directora. Abrazando un árbol las chicas aprenden la primera posición, y con hojas de palmera, el leve movimiento de brazos y manos.

“El ‘frappé’ (movimiento de piernas en la barra) ellas lo hacen muy bien, y yo me siento una boba todavía”, se ríe Giselle Aparecida Camillo, de 32 años y ciega desde los 16, luego de un desprendimiento de retina por glaucoma.

Su deficiencia no le impide empeñarse en continuar aprendiendo, y corregir sus posiciones para conseguir un buen ‘spagat’ (el nombre con el que se conoce la posición de apertura de piernas en horizontal).

Bailar es mi vida

“Amo bailar, es mi vida. Quiero ser profesional. Va a ser difícil pero lo voy a conseguir”, destaca confiada la novata, que integra este cuerpo de baile desde hace sólo un año.

“Cada vez más el público quiere ver algo diferente. Y nosotras percibimos cuándo les gusta”, señaló la experimentada Gyza Pereira, de 25 años, que dedica seis horas diarias al ballet, entre ensayos y también dando clases.

Gyza perdió la vista a los nueve años a causa de una meningitis. Y fue entonces cuando fue invitada a recibir clases de ballet en una escuela para deficientes visuales en el pobre estado de Pernambuco (noreste).

“No creía que una bailarina ciega podía llegar a hacer esos movimientos tan perfectos”, dijo.

Para ella, los pasos más complicados son los grandes saltos y los giros, ya que estos “precisan de mucho equilibrio, y el deficiente no tiene el punto de referencia”. “Tenemos que concentrarnos mucho”, precisó.