Ana Coralia Fernández
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Me fui a la playa con Marcos. Allá me contó que era de Alajuela y sus difíciles años de infancia.

Me contó de sus hermanas y de cómo sufrió su madre por sus travesuras. Yo de algo me acordaba, porque todos hemos sido niños y tener una mamá que pase mil trabajos por uno es algo común en esta parte del planeta.

Yo pensé que era el mismo de hace años, pero no. Conforme pasa el tiempo todo cambia sutilmente igual como se abre una margarita.

Lo sentí menos divertido, más reposado, realmente arrepentido de las tortas que se jaló, y de alguna manera me dejó adivinar, entre pausa y pausa, el hombre en el que se convirtió después.

Me fui a la playa con Marcos y en vez de reír, también me hizo llorar porque no es justo que lo traigan a uno al mundo a pasar tantos trabajos ni a llevar tanto palo. A tener alegrías pequeñitas que son como ganar una guerra y a tener tristezas inmensas como llanos y profundas como lagunas.

Me fui a la playa con Marcos y resultó una compañía estupenda. Lo redescubrí y me renové al comprobar que de grandes solo somos el dibujo mal hecho de lo que prometíamos en la niñez y que en la medida que no olvidemos aquellos primeros trazos seremos personas íntegras y más plenas y más felices.

Me fui a la playa con Marcos Ramírez, de Calufa, y después de dejarlo silbando en la estación mientras llegaba el tren, me dijo que estaba esperando por usted.