Edgar Fonseca
El retiro de las tropas invasoras de Nicaragua del territorio costarricense de isla Calero significa la derrota de una actitud temeraria de Daniel Ortega y su régimen.
Significa un triunfo del derecho internacional en el que se ampara Costa Rica.
“No hay ganadores. No hay perdedores”, dijo Ortega, tragando grueso, a escasas horas de haber sido notificado de que debía retirar la soldadesca que metió, armada hasta los dientes al tramo limítrofe, y de donde juró que nunca saldrían.
Tras renegar de la instancia interamericana, tras ir contra las cuerdas a la Corte Internacional de La Haya, a Ortega, a su séquito, a su camarilla militar, forrada por la billetera bolivariana, no les queda más que acatar la orden del alto tribunal de justicia internacional y cesar un acto de hostilidad en las relaciones bilaterales.
No les será fácil someterse a las medidas cautelares.
Ya cometieron la primera grave violación el pasado miércoles cuando helicópteros MI-17, artillados, penetraron espacio aéreo costarricense.
A esa actitud amenazante y agresiva seguirá expuesta la relación bilateral. ¿Se debe dialogar? ¿Debe haber algún acercamiento, tras este fallo, con un régimen agresor, enemigo, como el que hoy somete al vecino país?
Le va a resultar muy difícil a la administración Chinchilla resolver el acertijo sin caer en una nueva trampa. El expresidente Arias lo advierte: “en Ortega no hay que confiar”.
La respuesta a ese futuro la retrata La Prensa de Managua tras el fallo de La Haya: “…relaciones duraderas de ese tipo sólo son posibles entre países iguales. Por eso es imprescindible recuperar la democracia en Nicaragua y reconstruir el Estado de Derecho, así como tener un gobierno que no comprometa a la nación en alianzas aventureras y que más bien promueva la convivencia internacional pacífica”.
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