Escazú.- Al cumplirse ayer dos años de la tragedia de calle Lajas, en San Antonio de Escazú, familiares de las víctimas y sobrevivientes aseguraron que aún no logran asimilar la partida de uno y hasta varios seres queridos.
El 3 de noviembre del 2010 caía un fuerte aguacero, por lo que los vecinos se acostaron, sin imaginar que a las 11:37 p.m. serían sorprendidos por una avalancha de lodo y piedras que bajó desde el cerro Pico Blanco y que mató a 24 personas que habitaban 17 casas que cedieron a la fuerza de la naturaleza. Hoy el panorama en calle Lajas es desolador y triste, sitio que fue recordado como mágico antes del mortal deslave.
Cumplió el sueño de su hermana
La última víctima en aparecer fue Cristina Solís Acuña, cuyo cuerpo apareció el 11 del enero del 2011, un kilómetro río abajo de la casa que habitaba. Fue vital para su identificación un anillo de oro que usaba en su mano derecha.
Su hermana Vera Solís aseguró el miércoles anterior, junto a su madre María Auxiliadora Acuña, que Cristina sigue siendo tomada en cuenta en cada actividad.
“Cristina fue una gran persona y hermana. La que llamaba más la atención por ser la menor. Aunque su presencia física no está y hayan pasado dos años, no significa que se le va a dejar por fuera”, manifestó con alegría Solís.
La pequeña peluquería que hoy posee Vera Solís lleva el nombre de “Princess Salón” (Princesa), como le solía llamar a su hermana. El proyecto lo pensaron en el 2010, antes de la tragedia donde también murió Sebastián, de cuatro años, hijo de Cristina.
“En aquel momento tenía opciones; me siento y lloro y doy lástima o salgo adelante. Sí se puede si uno lo hace en nombre de ese ser querido. Como mi proyecto era el cabello, manicure y pedicure me ha ayudado mucho a sobrellevar el duelo”, aseguró Solís.
“Lo hice por mi princesa y por ella lo voy a lograr. El recuerdo que tengo de mi hermana son todos, ya que éramos muy apegadas. Ella es mi hermana. Me gustaría tenerla físicamente”, dijo.
“Si pudiera devolver el tiempo me gustaría decirle a mi hermana que se quedara en mi casa. Esa noche la noté como cansada cuando llegó por su hijo”, recordó.
De manera enfática, Solís comentó que su sobrino había nacido “santo” y que se tenía que ir porque era demasiado para este mundo. La última imagen que conserva de madre e hijo es cuando lo sacó de su casa envuelto en una cobija, recorriendo los 75 metros que separaba ambas casas.
“Egoístamente quisiera tenerla aquí conmigo. Ella era mi apoyo y yo el de ella. Le he reclamado el porqué se fue, pero sé que es parte de este dolor. Uno deja de ser la misma, hasta pierde el deseo por algunas cosas”, afirmó Solís.
Antes de que los restos de Cristina fueran hallados por un maquinista de la Municipalidad de Escazú, sus familiares recorrieron cada jueves la montaña, la cual antes les regalaba alegrías.
Hoy en día, las familias afectadas siguen recibiendo un subsidio de unos ¢120 mil, dinero que emplean para alquiler de casa.
Trabaja para no recordarlos
Solo el vecino Omar Sandí permanece habitando la zona, pese a que carece de fluido eléctrico. Aseguró el martes anterior que no tiene a dónde ir y que prefiere mantenerse ocupado como transportista de carga, para evitar el pensar en sus amigos fallecidos.
Aseguró que era muy amigo de todas las personas que fallecieron, en especial porque la mayoría solían ser muy amigos.
“No me he acostumbrado a convivir con el dolor. Cada vez que me acerco se siente más. Mientras esté acá en el centro (Escazú) revivo lo pasado. Sigo en la zona porque no tengo dónde vivir. En ese entonces vivía solo y no recibí ninguna ayuda de ninguna institución”, afirmó Sandí.
Sobre el día de la avalancha, recordó que esa noche se escuchó como el estruendo de un avión. Aseguró que calle Lajas nunca volverá ser la misma. Las fechas del aniversario son las que más le cuestan asimilar, ya que su casa se ubica a escasos metros del río.
“Nos tocó aprender de todo”
“Lo que ahí pasó lo siento como si hubiera sido ayer”.
Así recuerda Marcelo Alfonso Marín Marín, de 54 años, conocido como “Zoncha”, como en cuestión de minutos la avalancha de lodo y piedras le arrancó de su lado a su esposa María Elena Fernández y a su hijo Marcelo, quien tenía 23 años.
El día del deslave, su esposa había llegado a las 10 p.m., tras un rezo en la casa de su suegra. Al notar que el agua crecía decidieron salir corriendo, pero a los 200 metros la correntada se los llevó.
Al consultarle sobre el principal recuerdo que posee de su esposa, aseguró que son muchos, acumulados a lo largo de 28 años que permanecieron casados.
“Tuvimos cuatro hijos. En la actualidad vivo con dos varones. Hemos aprendido a cocinar, si no ¿qué hace uno? Hasta nos toca lavar”, dijo sentado en una piedra.
Catalogó lo ocurrido como un cambio muy drástico en sus vidas. Afirmó que con cierta regularidad visita la zona para trabajar en el campo, en un sembradío de guineos.
Mencionó que estos dos años han pasado muy rápido y que visita muy poco el cementerio de Escazú, donde sepultó a sus parientes.
Agradeció la ayuda que cada mes le brinda el IMAS.
“Nadie se esperaba algo así”
Roberto León Sandí, de 75 años, recordó que el día de la mortal avalancha permanecía en su casa con una sonda luego de una operación, pero que el primer pensamiento fue por la suerte que había corrido uno de sus hijos que habitaba en calle Lajas.
“Me levanté y pregunté que había pasado, pero nadie me sabía decir. Mi hijo habitaba con su esposa y lograron salir. La casa quedó a como la ve ahora”, dijo mientras fijaba su vista en la montaña.
Esa vivienda, la cual aún mantiene las paredes firmes, había sido levantada hace más de 10 años. Hoy en día es víctima de los aguaceros y albergue para las telarañas.
“Acá nadie se esperaba algo así. El panorama cambió bastante y perdí a varios de mis amigos de años”, relató.