Miércoles 11 de febrero de 2009, San José, Costa Rica
Nacionales | Pido la palabra
Un veranillo

Carlos Freer, cineasta
cfreervalle@gmail.com

Cuando llegaba el veranillo de San Juan, el sentimiento de alivio entre los chiquillos era general.

En aquellas edades en que todo era interminable, los furibundos aguaceros de abril, mayo y junio parecían que nunca tendrían fin.

Los desfiles de Alajuela, las procesiones de Corpus Christi (que en Cartago eran varias, según la jurisdicción de las iglesias), las festividades de la Divina Pastora, los desfiles del San Luis Gonzaga, todo era bañado por las fuertes lluvias vespertinas.

Y cuando ya nos desesperábamos, aparecían unos resucitadores y agraciados vientos a finales de junio, que iban despejando la atmósfera, y ¡dejaba de llover! Era como un verdadero milagro, que agradecíamos al cielo. “Llegó el veranillo de San Juan”, decían los más avezados. Entonces, se organizaban verdaderas excursiones a coger guayabas, a pasear en los potreros o a bañarse en alguna poza. Y para terminar con la contentera, llegaban las “vacaciones de quince días”. Pero ¿quién iba a imaginarse, en aquellos años perdidos en el tiempo, que uno de esos “pilaricos” que venían a estudiar a Cartago se iba a tomar en serio ese bendito acontecer?

Quizá para prolongarlo, para asirlo, para no dejarlo ir. Y hete aquí que Jorge Amador Astúa, notable e inquieto investigador, ganador del Premio Nacional de Ciencia, halla, por el Caribe rumboso, la corriente en chorro atmosférica, causante de tan agradable fenómeno. Gracias, Jorge, en nombre de los niños.

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