Kenny Cunningham lleva un disfraz cuando ingresa al terreno de juego. Una máscara de chico malo, de esos rebeldes sin causa y temperamentales en su accionar.
Muchos lo critican por su fuerte carácter y por la intensidad con la que vive un partido.
En la cancha es más bravo que el mismo “Chirriche”, pero fuera del campo, deja la bravura y se convierte en un “toro manso” que vela por esposa e hijo, que llora cuando habla de su madre y que se arrepiente de algunas decisiones del pasado.
“Sé que no soy un santo, pero mucha gente malinterpreta las cosas. A veces me ejecutan y dicen que no deberían tenerme en ningún club. Soy uno en el campo y otro afuera”.
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