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¿Cómo dice?
La llamada Ana Coralia Fernández
Imagínese una pantalla. Ahora, con sonido de máquina de escribir vieja, aparecen los subtítulos. Día: sábado de visita. Lugar: Hogar de ancianos Carlos María Ulloa.
Una enfermera trae hacia el teléfono a una anciana en silla de ruedas. En los pliegues de su rostro todavía se asoman unos ojos verdes que alguna vez motivaron un poema o rompieron un corazón.
– ¡Alooó!... ¿Sí? ¡Sí, soy yo! ¿Cómo están todos?... ¿Cómo siguió Clemencia?... Ajá... Ajá... ¡Ah, qué tirada!... ¡Dios primero!... ¿Y Socorrito?... También muy mal... Ah... ¿Los chiquitos? ¡Yo los estoy esperando! ¿A qué hora llegan?... ¿Qué? ¿Los van a llevar a la clínica?... ¿Entonces, hoy no vienen?... Sí... Ajá... ¿Pero sí vienen la semana entrante? ¡Es que me hacen mucha falta! Sí, yo sé, yo sé, pero es que faltan muchos días... Bueno, Dios primero... Ajá... Sí... Saludos a todos, deciles que los quiero mucho... Sí... taluego...¡clic!
De pronto, el reloj se echó un bostezo y a las dos nos pareció que los segundos correrían, los siguientes cinco días, en cámara lenta. Me miró y se echó una risilla disimulando los ojos verdes aguados.
– ¡Ah muchachos, siempre tan apuraos!
La vi empujar las ruedas de la silla despacio hasta acomodarse en el rinconcito del jardín donde pegaba un poco de sol y no mucho viento.
Pensé en la persona que, del otro lado de la línea, se quedó tranquila porque avisó que no vendría. Pensé en la mujer con la mirada perdida en el inmenso jardín. Pensé en que un día tocarán a mi puerta y, al abrir, estará la vejez sentada con una bolsilla de manigueta para quedarse conmigo hasta que la muerte nos separe.
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