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Ilustración Manuel MOAS/Al Día
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Un “Cadejos” especial
Por Manuel Moas
Allá por los años cuarentas del siglo pasado, Antonio vivía en la bajura del Pacífico. Había comprado un Ford de segunda mano y los fines de semana se iba a bailar a los pueblos vecinos.
En aquellos tiempos se hablaba del Cadejos, un ser sobrenatural que se le aparecía en los caminos solitarios a quienes se pasaban de tragos.
Un sábado por la noche, Antonio fue con un amigo a un poblado cercano. Cuando entraron al salón de baile, una rocola tocaba un cha cha chá. Todavía no había comenzado la fiesta, pero una muchacha de bellos ojos daba unos pasos de baile exhibiendo un gran ritmo. El amigo la conocía y se la presentó a Antonio, quien, sin perder tiempo, la invitó a bailar. Pronto se les sumaron otras parejas y cuando terminó la música, la muchacha lo llevó para presentarle a su madre. Antonio estaba encantado con la joven y no imaginaba que se convertiría en su esposa algún día.
Pasó más horas en el baile de lo que pensaba. Cuando se despedía, la madre de la muchacha le dijo: “Tenga cuidado en el camino, dicen que han visto al Cadejos. Él rió, como diciendo 'no creo en eso'”.
Al regreso se les atravesó un bulto extraño. Antonio frenó súbitamente, y los focos hicieron brillar los ojillos de la criatura. Era como un perro grande, tenía el hocico largo y una cola grande y peluda que lo hacía ver más amenazante.
De pronto se alzó sobre sus patas traseras, abrió los brazos y mostró unas garras enormes. Luego se volvió a poner en cuatro patas y terminó de cruzar el camino.
Antonio y el acompañante se quedaron paralizados dentro del carro. Cuando la bestia desapareció, el primero pisó el acelerador y salieron disparados del lugar.
Unas semanas después, por casualidad, un zoólogo pasó por el pueblo. Dijo algo que tranquilizó a la gente. “Tuvieron suerte. Lo que ustedes han estado viendo es un oso caballo, un animal muy raro en Costa Rica”.
Más de uno no pudo disimular una risilla nerviosa.
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