Lunes 16 de agosto, 2004. San José, Costa Rica.



 

Vistazo

Fallida democracia

José Luis Vega Carballo

Una democracia que aspira a sobrevivir y perfeccionarse debe cumplir con dos tareas esenciales, que la costarricense incumple desde hace por lo menos una década.

La primera promesa se vincula con la lucha por la equidad social y el cierre de la brecha entre ricos y pobres. Requiere, no solo producir suficiente prosperidad material, sino también saber redistribuirla para lograr mejoras sustanciales en la calidad de vida de la población. Si la democracia falla en esto, la dictadura puede aparecer ofreciendo arreglar las cosas, pero con sacrificio de la libertad, el diálogo y la persuasión.

La segunda promesa es también crucial. Se relaciona con el cultivo de la confianza y la legitimidad del régimen democrático; y estriba en su capacidad para resolver problemas importantes y urgentes de la agenda pública de manera oportuna y eficaz, en beneficio de los intereses generales de la población y no solo, ni predominantemente, de intereses particulares de pequeños grupos, máxime si éstos los ocultan y rehúsan legitimarse en procesos abiertos y transparentes de negociación política.

Sobre la primera promesa hay debate desde hace algún tiempo en el país, aunque no lo suficiente porque los partidos mayoritarios han renunciado a librar la guerra contra la pobreza y la miseria, interesándose más en administrar el lamentable estado actual de cosas en materia de igualdad y desarrollo social.

En cuanto a la segunda promesa –la de la eficacia y la eficiencia– la democracia puede caer en una grave crisis de credibilidad y de legitimidad, si se vuelve inoperante como en estos meses por el entrabamiento que padece la toma de decisiones en los poderes públicos, especialmente en la Asamblea Legislativa. Sobre esto se discute más, pero inútilmente.

Se sabe que las democracias se quiebran y caen por ataques de sus enemigos, cuando no enfrentan problemas, dejándolos acumularse sin solución, por dificultades de los dirigentes de tomar decisiones basadas en acuerdos productivos y duraderos; decisiones que, además, no sean meros parches o frustrantes postergaciones de una solución. Esto se agrava cuando los asuntos no transitan, entre bloqueos y paralizantes discusiones, como sucede frecuentemente en la Asamblea, donde las fracciones se anulan entre sí, no se ponen de acuerdo, y han generado un peligro del cual no se ha habla claramente.

Y ese peligro ha asomado ya a la luz del día. Fuerzas desleales a la democracia, de dudosa convicción y dura práctica antiparlamentaria, sabotean y atrasan múltiples votaciones y acuerdos sobre proyectos de mayoría, haciendo su agosto mientras los sectores democráticos lucen impotentes para formular salidas viables y resolver.

Lo más preocupante es que dichas fuerzas, encabezadas por los dirigentes libertarios, aprovechan el bloqueo para ganar imagen y ascendiente electoral; y presentan sus soluciones radicales como ideales y superiores, al tiempo que desgastan, presionan y extorsionan a las demás dirigencias, a cambio de algunas concesiones. De ese modo, hacen avanzar su propia agenda y sacan provecho del entrabamiento y el desorden imperantes.

En esa difícil encrucijada, la fallida democracia costarricense luce casi agotada, sufre el embate del enorme descontento popular por su ineficacia, alienta ella misma el ascenso de sus enemigos, y hasta podría estar cavando así su propia tumba.

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