Viernes 19 de marzo, 2004. San José, Costa Rica.



 

Perspectivas

Llamó la muerte

Ovidio Muñoz

M artes 11 de setiembre. Jueves 11 de marzo. Tres años y medio en medio. También dos guerras, cada una fabricada para tratar de exterminar el terror. Dos mil muertos en Estados Unidos, miles en ambos conflictos (británicos, iraquíes, estadounidenses, italianos, españoles, civiles, militares...), 201 en Madrid.

La semana pasada, el bicho humano demostró de cuánta maldad es capaz valiéndose de sus propios avances tecnológicos.

Primero lo nunca visto: aviones convertidos en misiles. Ahora fue el turno de los trenes, cargados de obreros, explosivos y metralla. Y dentro de éstos las bombas, listas para explotar con el primer timbrazo del celular al que estaban conectadas.

Los teléfonos, hechos para acortar distancias, esta vez llamaron a la muerte.

Coincidencias espeluznantes. La masacre española tuvo algunos escenarios en los cuales los teléfonos fueron protagonistas, como si estuvieran encargados de llevar el hilo conductor de una historia tan macabra.

Primero, lo de las bombas. Cada una pegada a un teléfono móvil unido al detonador. La alarma del aparato, o una llamada, hacían el resto. Dicen que a las explosiones les siguió el silencio. El más sordo de todos los silencios.

Y cuentan que mientras el humo seguía estancado en el aire, entre los vagones deshechos empezaron a sonar los teléfonos de los muertos. Sus familiares desesperados llamaban para saber algo. Pero la angustia no tuvo respuesta.

El sábado por la noche, a pocas horas de las elecciones, miles de mensajes de texto enviados por celulares invitaban a protestar contra el Partido Popular por la falta de transparencia en el manejo de la información sobre los ataques.

La convocatoria fue exitosa, pero la televisión pasó por alto el disgusto de la gente. Y como dicen que lo que no sale en tele no existe, es como si las protestas no hubieran existido. Pero el descaro de TVE fue aplastado por los votos.

El domingo, cuando el triunfo de los socialistas era un hecho –para disgusto de George W. Bush y algunos más–, él mismo tomó el teléfono presidencial. Llamó a José Luis Rodríguez Zapatero, el vencedor, para felicitarlo.

Esta vez no hubo cámaras, como cuando Bush y José María Aznar se reían, cada uno en su extremo de la línea, por quién sabe qué ocurrencia...

A las bombas en Madrid les han seguido dos ataques en Bagdad. Más muertos. Más falta de transparencia. Cuando llega, la verdad llega filtrada. Las mentiras se fabrican en la crestas del poder.

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