Miércoles 24 de noviembre, 2004. San José, Costa Rica.


Luis Miguel en concierto... Luis Miguel en concierto... Luis Miguel en concierto... Luis Miguel en concierto...

Campeonato Nacional 2004-2005


 

Imágenes del concierto...

¿Cómo dice?

Mall de amores

Ana Coralia Fernández

La locura. Domingo por la tarde a mediados de noviembre.

Espero a mi hija en una de esas islas de los centros comerciales donde nos sentamos los que no vamos a comprar, atarantados por los ríos de gente, fuentes en la mitad de ninguna parte y los cupones de promoción para comida rápida.

Extraño ambiente. Tal vez tenga que ver con el fenómeno del Niño, pero no con el climatológico, sino con el que nació en Belén hace dos mil y tantos años, pues desde agosto veo Colachos, luces intermitentes rojas y verdes, anuncios de Santas que corren despavoridos en pijamas por las calles en busca de los regalos para Navidad.

Cuando yo era chiquilla, entre una Nochebuena y otra pasaban siglos. Sabía que pronto llegaría el Niño Dios, porque, en medio del pelillo de gato decembrino, me ponían un abrigo y me llevaban a tirar confeti por la noche y a comer manzanas escarchadas.

Pero ahora veo a los adultos desencajados, unos con paquetes, otros con cara de “quécaroestátodo”, abuelas con nietos que lloran de sueño y hambre porque llevan cuatro horas deambulando como fantasmas por los pasillos, mientras ma y pa se miden, revisan, comentan y sacan cuentas.

En las jugueterías donde todos los sueños son posibles, los berrinches hacen fila: “¡Mami, éste! ¡Éste!, ¡éste!”, gritan miles de vocecillas que intuyen que la magia de Navidad tiene cómplices.

Delante de mí, un güililla se restriega los ojos y llora desmorecido. La mamá, que aprovecha la rebaja de ropa interior y dispone qué será para Isa, para Betty y para Lore, consuela al chico: “¡Ya, papi, no llore! ¡Si sigue llorando, Santa no viene y no le compro hamburguesa!”.

El chico, no muy convencido de lo primero y con la certeza de lo segundo, se limpia los mocos y hace como que está contento.

En la soda, parece que acaba de pasar un ejército de elefantes: mesas desordenadas, vasos regados, pajillas y azafates sin dueño. El café como me gusta: frío, caro, ralo y sin dulce.

De pronto siento nostalgia por el ciego del acordeón de la Avenida Central (que ahora tiene un karaoke), y por los larguísimos días de espera hasta que llegara el 24 de diciembre.

¡Oh Navidad, Navidad! Vení con tu canto humilde de pastores, con tu olor familiar de tamales y pan casero. No nos dejes caer en la tentación de olvidar tu sentido entre nosotros y, sobre todo, líbranos de todo Mall.

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