Perspectivas
Por siempre niña Antonio Alfaro
A esa pequeña, a veces irreverente, otras tantas inocente, en ocasiones demasiado crítica para una niña de su edad, a esa pequeñina le agradezco las tantas sonrisas que me ha arrancado. De seguro, usted también.
El otro día, se le acercó a su padre con una de esas preguntas existenciales que todo niño se hace: “¿Dios está en todas partes?”. Su papá, probablemente aliviado por tratarse de una inofensiva inquietud, más sencilla que la temida “¿cómo se hacen los niños?”, respondió sin titubeos: “Sí, claro, Dios está en todas partes”. “¡Pobre!”, dijo ella con una mezcla de desaliento y las más profunda consideración.
Sí, pobre. Está en todas partes y, para colmo, lo ve todo. Y eso que aún no se había dado la guerra de Bush para salvarnos de las armas nunca encontradas, ni se conocía tanto de la vida de los ángeles en la tierra, como Miguel el Ángel y Rafael el Ángel. Sí, pobre Dios.
En otra oportunidad, sentada en el caño frente a su casa, ella y uno de sus insaparables amiguitos de barrio miraban al cielo sin pestañear. “¿Te parece que en otros mundos hay seres inteligentes?”, le dijo él. “Yo creo que es muy posible”, le respondió ella. “Pero, según los sabios, parece que esos seres no pueden habitar ninguno de los planetas cercanos a la Tierra”, acotó él. “Si son inteligentes, no”, concluyó ella.
Si había alguno en Marte, de seguro ya hizo maletas con la llegada de esos “exploradores” espaciales. De seguro dijeron: “¡Ya están los terrícolas, se olvidaron de sacar la basura a tiempo y la están tirando para todas partes!”.
No cabe duda de que, si son inteligentes, viven en galaxias lejanas, pero ella, la niña, lo entendía antes de que lánzaramos el “Pathfinder”, incluso antes de la llegada a la Luna. Sin duda, es una pequeño genio.
La generación de mi padre disfrutó con ella, la mía también y las de hoy –creo– siguen dejándose conquistar por esa pequeña que odia la sopa, escucha la noticias por radio y se sumerge en inquietudes observando el globo terráqueo.
Qué gusto me dio enterarme, días atrás, de que acaba de cumplir 40 años y sigue tan niña como en setiembre de 1964, cuando vino al mundo. Su padre Joaquín Salvador Lavado –los amigos le llaman Quino– le puso por nombre Mafalda, y, aunque tan solo creó historietas durante diez años, me parece que son de nunca acabar.
Gracias, Mafalda, por hacernos sonreír... mientras la sonrisa no pague impuesto.
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