Martes 12 de octubre, 2004. San José, Costa Rica.


Campeonato Nacional 2004-2005


 

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Perspectivas

De las cenizas

Eduardo Castro

La nación vive momentos de angustia, temor y vergüenza. Algunos de los dirigentes a los que confió la conducción del país habrían traicionado esa confianza, y, por ello, los costarricenses no salen del asombro.

Figuras que se ganaron el cariño y el respeto de sus conciudadanos, han caído en el descrédito, y éstos ven con desconfianza a la clase política y recriminan a representantes de empresas extranjeras que, con sus manos cargadas de miles de dólares, compraron conciencias.

Aunque la corrupción siempre ha existido, y era de esperar que permeara hasta los más encumbrados círculos, ha sido demasiado lo que los ticos han visto y oído en estos últimos meses.

Enterarnos de cómo políticos, funcionarios y exfuncionarios públicos extendieron sus manos, sin pudor alguno, resulta desconsolador y hasta nos hace sufrir vergüenzas ajenas.

Son momentos, sin embargo, para sacar fortaleza de la flaqueza, no para titubear, lamentarnos o considerar que todo está perdido.

El cáncer de la corrupción, que hoy se come a la Administración Pública con sus malos representantes y avergüenza al empresariado, debe ser extirpado de cuajo.

Dichosamente, como lo dijo a Al Día el presidente de la Corte, Luis Paulino Mora, las instituciones tienen la fortaleza suficiente para que el país se levante.

Confiamos en el Poder Judicial, con el Fiscal General, Francisco Dall'Anese, a la cabeza. Sabemos de la probidad de los jueces y otras instancias del amplio ámbito encargado de impartir la justicia.

Ante los frenos institucionales, en los cuales confiamos, no queda más que restablecer la confianza de la nación en el futuro, en sus buenos hijos, no en los malos.

Por ello, vale la pena mencionar aquí la idea que viene promoviendo un médico y empresario amigo nuestro, que se alista para enviar a imprimir y repartir millares de calcomías con un mensaje de fe y unidad, pues Costa Rica se lo merece.

Y de vergüenza ajena, pues nada. Cuando nuestros tribunales sienten las responsabilidades del caso, los ticos podremos decir altivos al mundo: “Sí tenemos corrupción, pero los culpables pagan con la vergüenza de ser señalados como no merecedores de convivir con los ciudadanos honrados, y, por eso, dan con sus huesos en la cárcel”.

Que así sea. No queda más.

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