Perspectivas
Tentación literaria Antonio Alfaro
“El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen...”.
Así se inicia la historia. ¡Apenas se inicia!
Quién puede negarse a conocer el resto, quién puede decir no, por puritano o puritana que sea, por desapasionado o indiferente, por escasa la curiosidad. Quién puede escapar a la maña de un viejo zorro de la palabra, del periodismo y –por qué no– del negocio de vender historias.
Dicen algunos que vive de la renta, con la garantía de ser leído, no por mí ni usted, sino por miles, con tan solo ponerle el García Márquez. Dicen otros que es el maestro. Yo solo sé que me atrapó una vez con la imagen de aquel anciano que no se cansa de esperar sentado, fiel a sus ilusiones, con unos granos de maíz en una mano y un gallo fino bajo el brazo. Aquél que cerró con “mierda” su historia, palabrota inusual en mis otros libros de colegio, con tanta irreverencia como el título de la nueva novela: “Memoria de mis putas tristes”.
Quién puede negarse a ese morbo bien trabajado, con una mezcla de exageración. A qué anciano se le ocurriría regalarse una noche de lujuria a los 90, pretensión que sería digna de llamarse “El amor en los tiempos del viagra” o algo por el estilo.
Yo –como probablemente usted– tan solo he leído esas cuantas líneas con que comienza la última obra de “Gabo”, recién salida del horno, a la venta desde ayer en Costa Rica. No dudo, sin embargo, que, más temprano que tarde, caeré en la tentación. Aunque ignoro si se trata de una obra maestra, de una novela que simplemente se deja leer o del mero cumplimiento de un compromiso entre escritor y casa editorial, después de las primeras líneas me atrevó a juzgar –más bien, a desear– que Gabriel García Márquez viene a lucir su pluma, aún más madura, diez años después de su última novela “Del amor y otros demonios” (1994), si acaso no se le puede llamar novela al reportaje novelado “Noticia de un secuestro” (1996) ni a su autobiografía “Vivir para contarla” (2002).
No quedará más que leerla para contarla, para juzgarla y –espero– para disfrutarla, de intruso en las habitaciones visitadas por un hombre que, a partir de sus 20 años, empezó a escribir “un registro” de las mujeres con las que hacía el amor, según me adelanta el diario español El País. Anotaba la edad, el lugar y un breve recordatorio de las circunstancias. Lo llamó “Memoria de mis putas tristes”.
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