Martes 28 de septiembre, 2004. San José, Costa Rica.


Campeonato Nacional 2004-2005


 

Imágenes del concierto en El Palacio de los Deportes...

Perspectivas

Todo empezó un 25

Ovidio Muñoz

El 25 de setiembre de 1954, él tenía 30 años y ella 25. Se casaron después de un noviazgo intermitente durante el cual él trabajó, incluso, en “la zona”, como le llamaban entonces a las plantaciones bananeras. El paludismo y la preocupación de los padres lo devolvieron a San José.

Ella, entre tanto, estuvo a punto de cumplir su sueño de ser enfermera. No lo hizo, pero la vida le dio a cambio cinco hijos y una cantidad de descendientes que siguen llenando la casa de bulla todavía hoy.

Pero antes, mucho antes, entre los ires y venires del corazón, llegó aquel 25 de setiembre. La boda fue en Alajuelita, donde estaban –y están– las raíces familiares.

La foto matrimonial, que paseó por varios álbumes hasta quedarse en una pared, lo muestra a él usando el bigote delgado de la época, el pantalón de moda. Ella, como todas las novias, se ve guapísima de blanco.

La imagen congeló para siempre aquel instante de medio siglo atrás... ¡Medio siglo! ¡Tan fácil que se escribe y tantos capítulos que encierra!

La casa vieja sobre la cual se construyó la nueva, los hijos, las nueras, los nietos, la enfermedad, la lucha contra ella...

De los invitados a la boda, muchos ya no están. Entre ellos mis abuelos, algunos tíos, primos, amigos... Y tampoco está el novio. Se fue hace doce años, con el cuerpo (no el espíritu) vencido por el cáncer. Pero tras él dejó una estela de trabajo. “A descansar a la tumba”, respondía cuando alguien le pedía bajar el ritmo. Pero no está en la tumba. Los muertos queridos siguen entre su gente, recordados de manera constante por las huellas dejadas.

La novia está con nosotros. Alrededor de ella sigue creciendo la familia. Es el alma de la casa. De quien hemos aprendido que la vida es como es, no como uno quiere que sea. También las frases sabias –evangelios chiquitos– con las cuales tanto enseña.

Regreso a la foto, en blanco y negro, donde la pareja posa, joven para siempre, sin sospechar el familión que habrían de echar a andar sobre esta tierra.

Medio siglo después, no puede uno decir “cincuenta años no es nada”, como dijo Gardel sobre los veinte. Es mucho...

Lo bueno es que ese “mucho” ha valido la pena. La siembra no termina. La herencia está latente en los más nuevos, los nietos de los novios que nos siguen mirando desde aquel 25 de setiembre, cuando todo empezó para nosotros.

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