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Mejor apuesta El empeño y remate de joyas se han convertido en atractivos del Banco Popular. José RIVERA/Al Día
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Quién da más... 1,2,3 vendido
Millonario remate de joyas en el Popular Carmen NAVARRO LEIVA cnavarro@aldia.co.cr
Echarle un último ojo a las joyas que estaban en una vitrina que custodiaban tres guardas con chalecos antibalas y armados hasta los dientes, fue lo que hicieron ayer, a las 10:50 a.m., 30 compradores que llegaron al Departamento de Pignoración del Banco Popular, en Barrio Amón.
Los grandes números rojos en una paleta blanca, de esas que se usan para jugar ping -pong, era lo que todos llevaban en su mano y que después usarían para ofrecer su mejor precio por algún lote de joyas que llamara la atención de su bolsillo.
Fue a las 11:15 a.m. cuando el martillero (apostador), Luis Fernando Ramos, inició el remate.
Anillos, cadenas, dijes y todo lo que vale su peso en oro y que ganó el Banco Popular, tras el incumplimiento de clientes durante el empeño, pasó ayer a manos de un nuevo dueño.
En segundos, una pulsera conocida como "pulso, subió de precio a las nubes, debido a que los interesados con un simple movimiento de su tabla, hacían su apuesta.
Por eso después de costar ¢93 mil, el precio del "pulso" pasó a ¢122 mil.
Los números y cuentas del comprador indican que en la calle podría venderla en un precio mayor a los ¢185 mil y quizá hasta el doble.
Varios pretendieron llevarse una cadena y dije, que costaban ¢95 mil. Sin embargo, al final el martillero dijo: "Vendido en ¢106 mil al caballero número 21".
Pagar de inmediato a un cajero del banco -en efectivo o por medio de la cuenta bancaria- era el siguiente paso.
Mientras en otro punto del salón, la voz fuerte y firme del martillero, continuaba ofreciendo más lotes.
Los presentes coinciden en que participar en remates tiene una razón de ser: los artículos valen un 60 por ciento menos que su valor en la calle.
Aunque todos se han visto al menos una vez, prohibido estar mencionar el nombre o apellido, mientras se hace y cierra el negocio. Cita puntualCon calculadora en mano, el cuchicheo entre los joyeros de pueblo y ciudad, amas de casa o coleccionistas que compraban oro y piedras preciosas era permanente.
Ayer, durante las tres horas que Al Día presenció el remate Víctor Loaiza, vecino de San José, no levantó su paleta número 17.
Dice que desde hace 40 llega puntual a la cita. Sin embargo, la calidad del producto y los precios provocan su poca inversión.
"Viera antes, esto si que era bueno. Uno podía, incluso, tocar y ver lo que iba a comprar, hoy eso no puede hacerse. Incluso, creo que hay algunos con poder, que han eliminado a los más pequeños", dijo don Víctor, mientras buscaba a su hermana, quien lo acompañaba.
Aquí todo lo que brilla y es original tiene su valor. Por eso un hombre que tenía la paleta número 11, pagó ¢15 mil por tres anillos arrugados.
El precio de un lote de brillantes pasó de ¢90 mil a ¢99 mil. Nadie apostó un colón más por un lote de alhajas, que según el banco, costaba ¢515 mil, por eso se vendió a ese precio.
Más de ¢100 millones en joyas remató ayer el Banco Popular.
A la tristeza de quienes perdieron su empeño, se suma la esperanza de aquellos que dicen haber hecho su gran negocio.
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Luis Fdo. Ramos Rojas Martillero público Manuel Vega/Al Día
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Singular oficioA pesar de que ayer no llevó su martillo, para dirigir el remate de joyas en el Banco Popular, porque se le había quebrado la noche anterior en una similar actividad, pero de obras de arte, desde hace 14 años Luis Ramos es reconocido por su singular profesión como martillero público.
Su voz firme y pausada, acompaña el constante movimiento de su mano derecha y seguimiento con la vista a quienes buscan hacer un buen negocio.
El martillero, también conocido como rematador, tiene diferentes funciones, entre ellas la venta pública y al mejor postor de diferentes artículos.
"Tenemos una patente especial, la cual nos otorga el Ministerio de Hacienda, la ratifica el Poder Ejecutivo y se debe inscribir en el Registro Público", explicó don Luis.
El martillero es el responsable de formular al público las condiciones del acto, recibe las ofertas y a golpe de martillo o viva voz, acepta el mejor precio que se ofrece.
"He rematado desde una caja de galletas, hasta una casa. Nosotros grabamos cada acto, los escuchamos y presentamos un informe, según el plazo que establece la ley", afirmó.
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