Martes 22 de marzo, 2005. San José, Costa Rica.



 

Imágenes del intento de asalto y secuestro a la sucursal del Banco Nacional en Monteverde

Foto Principal: 934814
Dos caras
3:45 p.m. del miércoles. En su despacho del Congreso, el diputado del PUSC Mario Calderón (izq.) promete feliz a Al Día que en un mes pagará al coronel Guillermo Calvo (derecha).
Herbert ARLEY/Al Día

Desmayo y rabia frente al Congreso

Pablo GUERÉN CATEPILLÁN

La siguiente historia tiene desmayos, frustración, promesas, un préstamo, una deuda y un final incierto. Tiene rasgos del suspenso de Alfred Hitchcock y de la ironía de Woody Allen. Pero no se desarrolla ni en la nubosa Londres, ni en Nueva York. Nada de eso, es aquí, en la Asamblea Legislativa.

A mediados del 2001, el candidato a diputado del PUSC por Alajuela, Mario Calderón, solicitó a su amigo, el excoronel de la Guardia de Asistencia Rural, Guillermo Calvo, un préstamo por ¢4 millones para financiar su campaña. Como un amigo es un amigo, la plata no tardó.

Calderón fue electo. Calvo pensó que rápido le pagarían. Pero el tiempo comenzó a pasar y pasar. Casi cuatro años después, Calvo acudió el martes pasado al Congreso, con la previa promesa telefónica de Calderón de pagarle algo o la totalidad de los ¢3.2 millones que aún le adeuda. Iba feliz, en compañía de dos de sus hijos.

Pero, cuando llegó al Congreso, según relató, uno de los guardas le impidió entrar al edificio del Sión, donde está la oficina del legislador. "Nos dijo: 'aunque se esté muriendo, aquí el señor Guillermo Calvo no pasa. Esa es la orden que tengo'", recordó Calvo.

La cosa se encendió. Calvo se indignó. Su corazón, de 65 años, se aceleró, el azúcar se le disparó y sobrevino un desmayo. Sus hijos se desesperaron, y con la ayuda de otras personas, debieron cargarlo hasta una de las bancas en el boulevard de la zona.

"Me sentí humillado", relató, indignado, el propio Calvo. Mario García, director del servicio de salud de la Asamblea Legislativa, confirmó que Calvo sufrió una "descomposición".

La conversación de Calvo con Al Día se desarrolla el miércoles en la misma banca donde un día antes estaba desmayado. Son las 3 p.m. Alguien le avisa a Calderón, quien, de un momento a otro, llega acelerado y nervioso.

Saluda afectuosamente a Calvo y a este periodista, ante quienes de inmediato anuncia buenas noticias: "Hoy el coronel viene por el respectivo pago que tengo que hacerle. Ya andan cambiando el cheque".

"Vamos a celebrar entonces", replica Calvo, con algo de ironía. Entonces le preguntamos al diputado si él fue quien dio la orden para que el coronel no ingresara el martes. Lo niega. "Memo siempre ha entrado como un amigo". Calvo mira dubitativo.

Los minutos pasan. La plata parece estar cerca. Calderón invita a pasar a Calvo a su oficina. El diputado trata de amenizar la espera, evocando la vieja amistad. Calvo no ríe.

Llega la plata. Son ¢200 mil. Calvo sonríe: "Al menos pasaré bien Semana Santa". ¿Todos felices? ¡No! Porque en eso Calvo pregunta ¿Y los otros ¢3 millones? La tensión vuelve. Calderón suda. "Si, si, eso es una cuestión de.", murmura.

- ¿Y cuándo podría pagar eso?, le pregunto al diputado.

- Dentro de muy poquito.

- ¿Un mes?

- Quién es el más preocupado, sino soy yo. En un mes.

"Bueno, ahí regreso", replica Calvo, quien sale visiblemente molesto. Calderón suda más.

En un mes volveremos.

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