Martes 22 de marzo, 2005. San José, Costa Rica.



 

Imágenes del intento de asalto y secuestro a la sucursal del Banco Nacional en Monteverde

Tribuna libre

¡Ay, Monteverde!

Carlos Freer

Presuntamente, algunos malos hijos de entre quienes vienen acá en pos de trabajo, con sed de justicia, tras su dignidad perdida, cometieron la reciente atrocidad en Monteverde.

Y, aunque nos duela en el alma, debemos evitar el desarrollo a ultranza de sentimientos xenófobos para con gente, en su enorme mayoría, buena, trabajadora, curtida por el dolor, que también anhelan paz y sosiego. Y creo que debemos hacer un intento de reflexión, más allá de la condena por tal felonía.

Monteverde evoca para muchos de nosotros gran parte de los valores que hemos querido sustentar, pero que irremediablemente parecen irse de nuestras manos.

Primeramente, una población integrada por valerosos y trabajadores campesinos, que un día abandonaron su sitio primigenio y llegaron a colonizar tierras pródigas y hermosas. Luego, la presencia del singular bosque nuboso que protege -cual sombrilla generosa- las cúspides de esta zona, y representa la política conservacionista que hemos querido sostener.

También permanece presente en esa región el ejemplo de vida sobria y austera de aquellos cuáqueros que, atraídos por la política de desarme adoptada por Costa Rica, creyeron encontrar aquí la paz y el sosiego.

Y, para dar soporte a toda esa concepción de vida, la presencia del Banco Nacional, que, en correspondencia con el propósito de sus fundadores, se ha convertido en el último vestigio de aquel concepto de banca para el desarrollo y fomento de la producción agrícola que le imprimieran Alfredo González Flores en su fundación, Julio Peña Morúa en su transitar y Rafael Alberto Zúñiga en su espíritu transformador.

Así, los habitantes de la zona -y la zona misma- son un fiel reflejo de rasgos genuinos de nuestra manera de ser y pensar. O, al menos, de lo que anhelamos vivir. Por eso, Monteverde se convirtió en paradigma de desarrollo sostenible, pacífico y generoso.

Si nos esforzamos realmente por hacer prevalecer esos valores, la atrocidad acaecida en Monteverde será siempre una pesadilla, pero no una permanente tragedia.

¿Por qué, Monteverde, no imitar tu ejemplo de vida y dignidad? ¿Cómo no imbuir en nuestro espíritu los sentimientos de tu noble gente, respirar libremente tu aire, escuchar el canto-grito de tus pájaros campana, admirar el verde de los quetzales de tu bosque nuboso?

Por sentir que estamos perdiendo mucho de todo eso es que, ¡ay, Monteverde!, nos ha dolido tanto tu dolor.

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