Pido la palabra

¿De quién es el hijo?

En mis largas jornadas visitando escuelas con la guitarra al hombro y la palabra hecha cuento, siempre comparto con los chicos una historia maravillosa: la aventura de un pollito amarillo que no tenía mamá y que buscó por todas partes a una que se le pareciera.

Como ninguna mamá animal se parecía a él, perdió la esperanza. Pero encontró a la señora oso, ésta lo alzó, lo besó, lo abrazó y compartió su hogar con el pequeño pollo y sus otros hijos: un hipopotamito, un cocodrilito y un chanchito.

No hay que ir muy lejos para imaginar que este es un hecho posible, porque cuando el amor hace nido, crecen plantas sobre piedras, se transforma el agua en vino y brotan espigas de las semillas del campo.

Con todo este alboroto de Panchito y su historia, cargada de un morbo casi inhumano, si uno acude a una ecuación sencilla, no hay que ser Einstein para resolver el acertijo: hay dos madres con un hijo perdido y un hijo que necesita madre.

¿Se necesita una prueba de ADN para que el niño, como el hijo pródigo halle un hogar seguro y un techo caliente?, ¿o será una historia de esas que dan la vuelta al mundo porque dará a nuestro género algo de humano y menos de animal?

La calle nunca ha estado en una sala de partos. Panchito no es un hijo de la calle, es hijo de alguien.

Hoy tiene la posibilidad, de que un corazón enorme le acoja en su seno para tejer una historia más justa que la incertidumbre.