Alvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
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Evangelizar es la primera tarea de la Iglesia y debe ser asumida cabalmente, porque en esa misión se jugará el futuro del mundo. La gente evangelizada es la que podrá acoger el amor de Dios, quienes podrán celebrar los sacramentos y ayudarán a los más necesitados y hasta transformarán el mundo.
No obstante, para evangelizar hay que hacerlo según los sentimientos de Jesucristo. Mateo nos describe la sensibilidad del Señor. A él le preocupa nuestro futuro. Jesús nos conoce perfectamente, sabe de nuestra condición endeble, de nuestra incapacidad para discernir, de nuestra total necesidad de Dios. Al ver hoy a la multitud, se estremece. La compasión invade su espíritu, porque nos ve “fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor”. Por ello ha dejado la Iglesia en manos de los pastores que ha elegido.
El problema esencial es: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos”. Sin pastores, el Evangelio será un libro cerrado; lleno de riquezas, pero ocultas a todos. Urge quien abra al libro y distribuya esas riquezas. Curiosamente, Dios puso su evangelio en manos de gente particular y hasta poco creíble. Quiere que se sepa que no son los pastores los que salvan, sino que salva Dios, el mismo Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo que nos pide ser comunidad evangelizada y evangelizadora. La Iglesia es, pues, la portadora del tesoro que es Cristo, pero que lleva ese tesoro en vasijas de barro.
Los pastores, pues, esparcen la semilla. Si no hay pastores que lo hagan, la comunidad debe orar para que corazones generosos acojan el llamado, sean capaces de renunciar a presuntas “cosas buenas” a cambio de las cosas de Dios, que al final son mejores. El Señor reitera: “Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha”.
Como a sus apóstoles, Cristo envía a sus pastores, que son sus discípulos. Esos pastores tenemos poder sobre espíritus impuros y curamos dolencias.
Los apóstoles desarrollaron la primera evangelización, pero a nosotros nos toca la nuestra. Aquellos, a pesar de su estatura, no irían más allá de un cierto punto: “No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”. Cada cosa a su tiempo. Luego vendríamos otros a completar la obra.
Y la tarea parece simple: proclamar que “el Reino de los Cielos está cerca” y acompañar el anuncio con signos misteriosos, llenos de la fuerza de Dios. Pero los pastores, enviados por Cristo, tenemos una consigna absoluta y determinante: debemos trabajar gratis, porque: “han recibido gratuitamente, den también gratuitamente”.
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