Alejandro Arley VArgas
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No sé cuantas son, pero su presencia es signo de dolor. Enclavadas en la tierra, a un lado de las carreteras, marcan el sitio de una tragedia.
Las cruces, en memoria de los fallecidos en accidentes de tránsito, son parte del panorama que se ve en rutas como la carretera a Limón y el Cerro de la Muerte.
Hace poco, regresaba de Limón y decidí detenerme frente a cada cruz que encontraba en el camino, y este es el resultado de ese trabajo: historias guardadas con recelo en este símbolo cristiano de fe y esperanza.
¿Se quedó dormido?
Quizás usted recuerde cuando, en agosto del 2007 en la carretera Braulio Carrillo, una piedra cayó sobre el carro del oficial de Tránsito Luis Fernando Berríos.
El accidente se inmortalizó en un pequeño monumento, cruz incluida, que se puede ver a la orilla del camino.
Rumbo a San José, 10 kilómetros antes de llegar al túnel Zurquí, una cruz de color blanco y rojo llama mucho la atención.
En la placa se lee el nombre de Wilbert Monge Muñoz, trailero muerto el 7 de noviembre del 2000, cuando su camión cayó en un guindo. “No supimos qué pasó, creemos que se quedó dormido”, me dijo por teléfono su esposa, Gabriela Reid, vecina de Venecia de Limón.
“La cruz la pusimos a los tres meses como un recordatorio. No voy al lugar porque es muy doloroso”, expresó Reid.
Para aclarar algunas dudas, acudí al sociólogo José Carlos Chinchilla, quien comentó que las familias acostumbran marcar el sitio del acontecimiento aunque ahí no descanse el cuerpo.
“Los seres queridos manifiestan así su dolor y lo hacen explícito para los demás. La cruz sirve para que otros recuerden la tragedia en la que desapareció su allegado”, explicó Chinchilla.
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