Ana Coralia Fernández
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Ante las recientes noticias de la epidemia de gripe porcina originada en México y que ya enciende luces de alerta amarillas a rojas al resto del mundo, no puedo dejar de reflexionar sobre lo vulnerables que somos los seres humanos ante nuestro depredador natural más implacable: la enfermedad.

Ayer domingo en los templos católicos del D.F. se cancelaron las liturgias, un hecho que no había ocurrido desde hace unos 80 años, cuando comenzó la ya histórica Guerra Cristera.

El mensaje es contundente: “A Dios rogando…, pero mejor por separado”, porque una de las recomendaciones urgentes para evitar la propagación del virus es no asistir a lugares concurridos, evitar las aglomeraciones, no dar besos, ni abrazar al saludar.

Habrá que desear la paz levantando las cejas y rezar el Padre Nuestro con las mejores intenciones de que estemos unidos pero en un sentido más espiritual, pues aunque la fiebre tiene cura, también posee un alto potencial de contagio y esto tiene al planeta en una gran incertidumbre.

Una vez más, la naturaleza nos arroja a la cara llevemos o no tapabocas, que estamos tan desnudos ante estos males como nuestros poéticos padres Adán y Eva, en un paraíso terrenal que parece cobrarnos cada día, ya sea con desastres naturales o con plagas inclementes, nuestro paso sobre el planeta.

Por favor, cuídese; cuide a los suyos, tome medidas, protéjase y, por amor a Dios, con o sin misa, con o sin fe, ruegue para podamos salir de esta bien librados.