Roxana Zúñiga Quesada
Periodista
ropazu@racsa.co.cr
Estoy resfríada, pero, por los síntomas, sé que es común y no del que hace “monk, moink”.
Sin embargo, este estadio, en el mejor lugar del mundo, mi tibia cama, me hace reflexionar acerca de esta enfermedad que ya lleva 25 muertos, y cuyo número sigue subiendo ante nuestra monumental indiferencia.
Cada vez que en el país surge alguna catástrofe, nos desvela y alarma la cantidad de fallecidos. Abrimos los ojos, como platos soperos, cuando aparecen nuevas víctimas y comentamos aquí y acullá acerca de las noticias que nos llegan.
Pero con los muertos por la influenza humana, la actitud nacional es diferente y parece reinar la desidia, la apatía y el nefasto lema: “Ese bulto no es conmigo ni lo cargo yo”. Por qué, no lo sé, y es temerario aventurar respuestas.
Es como si creyéramos que el asunto debe ser preocupación únicamente de obesos, asmáticos, hipertensos y fumadores, entre otros. Que ellos aprendan a estornudar con señorío (aun así los odio) y a lavarse bien las manos, pues ese muerto no es de la familia.
Es curiosa nuestra actitud: estamos en guerra contra esta enfermedad, las personas caen y caen y nosotros seguimos en fiesta, sin oír ni ver y, lo peor, sin sentir que cuando un ser humano expira, una parte de nosotros se va con él. Reflexiones de sábanas, sin duda.
Debemos disciplinarnos, y aunque suene a anuncio oficial, aplicar las medidas sanitarias que nos ayuden a controlar el mal. Es por el bien de todos.
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