Álvaro Sáenz Zúñiga
asaenz@liturgo.org

         

Hoy la liturgia ilumina nuestra fe y nuestra vida cristiana. ¿Qué sucedió el día de la resurrección, primer día de la semana, domingo como hoy? Veamos los hechos y sus enormes repercusiones.

Jesús ha vencido la muerte. Eso concluyen Pedro y Juan al no hallar el cuerpo en el sepulcro. No lo vieron resucitado, pero las vendas y el sudario no les dejan dudas.

La primera aparición del Resucitado será ese mismo día, el domingo, pero por la tarde. Las puertas están cerradas, pero Jesús viene a regalarles su presencia. Les dice: La paz esté con ustedes. El Resucitado viene sin ruido, serenamente, desbordando la fuerza de Dios.

Para los once apóstoles aquel primer encuentro es formidable: contemplan al Resucitado, ven sus llagas abiertas en manos, pies y costado. Su Señor ha surgido victorioso del abismo y les llena de gozo. Y el Resucitado, vencedor del pecado y de la muerte, les da un regalo sin igual: les concede administrar su victoria, el perdón, precisamente infundiéndoles el don de su Espíritu, fortaleciéndoles en el ejercicio de su misericordia. El Espíritu los restituye a la sensatez, los hace Iglesia, les revela la obra salvífica y los hace dar testimonio con el perdón de los pecados.

Al siguiente domingo, hoy, vuelve Jesús. Les renueva a todos el don de su paz y va a reprochar a Tomás su debilidad: “No seas incrédulo, sino hombre de fe”. El apóstol reacciona exclamando: ¡Señor mío y Dios mío!. Y Jesús concluye: ¡Felices los que crean sin haber visto!

Creer para alcanzar la vida eterna, tal es la premisa de este domingo maravilloso. Hoy confirmamos la resurrección.