Roxana Zúñiga Quesada, periodista
ropazu@racsa.co.cr
La Navidad acurruca lindos recuerdos y vivencias. Todos tenemos alguna anécdota, ya de niños o ya de adultos. En las fiestas que se organizan alrededor de estos fechas he escuchado infinidad de ellas, pero siempre me ha gustado esta porque, aunque cruel, tiene un encanto de candor infantil que me seduce.
Héla aquí. Una excelente amiga me contó que ella babeaba por una bicicleta, pero su madre, viuda pobre y necesitada, jamás podría comprársela para Navidad.
Con sus gastados zapatos de hule recorría una y otra vez los lugares donde las vendían. El calendario avanzaba y las ilusiones se esfumaban… jamás vendría ese juguete, garantía de aventuras…
Un día, durante la olla de carne familiar, la mamá le dio una noticia maravillosa: un vecino le regaló una bici vieja, que con gran sacrificio, mandó a reparar y pintar. El gran día llegó. Mi amiga saltó de la cama como un conejo que va a comer un repollo… llegó al enclenque árbol y allí estaba una número 28, roja, tan recién pintada que se manchó los dedos de rojo. ¡¡¡Qué importaba!!!
Ni tomó café… se lanzó por las calles para sacarle los ojos de la envidia al resto de la barra. Todo el día dio pedal… ni comió ni bebió, solo se extasió con la realidad de mirar su sueño estacionado en la acera.
Regresó exhausta a la casa, solo deseaba cama. Al otro día volvió a madrugar, pero su amiga del alma ya no estaba… su mamá, anegada en lágrimas, le contó: “Mija, la tuve que empeñar para poder pagar unas deudas. El otro año quizá el Niño se la deje más días”.
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