Álvaro Sáenz Zúñiga, presbítero
asaenz@liturgo.org.

Cultura son los elementos que caracterizan la vida, costumbres y manifestaciones del ser humano pero en el hebreo, este concepto es más genealogista. Por ello y porque la escritura asociaba al “Mesías” con la casa de David, ese nexo se debía constatar.

San Mateo hoy aclara el origen de Jesucristo. Era visible que María, comprometida con José, cuando todavía eran novios, quedó embarazada. Sabemos por Lucas que era por obra del Espíritu Santo, pero esto lo ignoraba José.

Ahora bien, José era “justo” y conocía muy bien a su novia, que no era mujer de ligerezas. Por ello, supone que algo de Dios sucedía y decidió abandonarla sin decir nada. Pero José, que era hombre de Dios, como los grandes profetas, “en sueños” recibe una revelación.

El Ángel, es decir, el mensaje del Señor, le recuerda que es hijo de David y le invita a no temer. Lo engendrado en María proviene del Espíritu Santo. José debe saber que el proyecto de Dios no solo envuelve a María. Ella dará luz al Niño, pero a él le tocará acogerlo, ponerle nombre, insertarlo en la familia de David. Y José conoce el nombre del niño: “Dios salva”, eso significa Jesús. Él “salvará a su Pueblo de todos sus pecados”.

José además comprende que por fin se está cumpliendo la profecía de Isaías 7.14: “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre…: “Dios con nosotros”’.

Cuántas veces recibimos encargos de Dios y no los aceptamos sencillamente porque no nos queremos comprometer. José no. Él asume la palabra revelada y recibe a María como su esposa y ansioso espera la consumación de las promesas que durante toda la historia esperó el pueblo peregrino.

Esta semana celebraremos la Navidad, una fiesta gozosa, que nos llama a compartir, a aprender a no despreciar a nuestros hermanos. Jesús, el Dios Niño, nació en el pesebre y nos ama a pesar de nuestros pecados.