Aunque sabían que su boda no era como cualquier otra y que miles de millones de personas observaban cada uno de sus movimientos, la pareja pareció lograr, por momentos, estar en su propio mundo privado, tanto en la Abadía de Westminster como en el balcón del Palacio de Buckingham.
William le habló en susurros a Kate, quien irradiaba alegría, cuando se comprometieron a una vida en común, luego de un sencillo, pero sentido “Sí, quiero”.
William se sonrojó un poco en la antesala al esperado momento, pero tanto el príncipe como Kate recitaron sus votos sin titubear ante el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, primado de la Iglesia de Inglaterra.
Luego de un paseo ceremonial por Londres, se dieron no sólo uno sino dos besos, dulces y un tanto tímidos, cuando aparecieron en el balcón del palacio. Poco después, una fila de aviones antiguos y modernos de la Fuerza Aérea británica sobrevoló la multitud.
“Ha sido un evento impresionante, impactante, muy emotivo. Una ceremonia bien planeada y ejecutada a la perfección. El Reino Unido tuvo su cuento de hadas hecho realidad”, dijo a AP Mauricio Rodríguez, embajador de Colombia en el Reino Unido, uno de los 1.900 privilegiados que asistieron al evento en Westminster.
La boda ha sido una combinación muy buena entre las tradiciones del pasado, el homenaje a la historia y un toque de modernidad de dos jóvenes, universitarios y sencillos.
Moderno y tradicional
Para gran parte del mundo, la boda fue una espectacular introducción al carisma cautivador de Middleton. A pesar de la presión, la chica de 29 años se desenvolvió con una sonrisa relajada y un sentido de decoro apropiado para la ocasión.
Luego de la ceremonia, le hizo reverencia con soltura a su nueva abuela, la reina Isabel II, compartiendo con naturalidad el escenario con una mujer que ha reinado desde 1952. Aclamada por la multitud, recorrió junto a su esposo Londres en el impresionante carruaje de 1902 construido para la coronación de Eduardo VII.
Para muchos británicos, fue la primera vez que presenciaron a una novia tan serena y hermosa desde la reina.
En contra de los pronósticos, el sol iluminó el día a través de las nubes grises, justo en ese momento. Kate llevaba el pelo parcialmente recogido con una tiara creada por la prestigiosa firma Cartier en 1936 y cedida por la reina Isabel II para la ocasión.
Lucía, asimismo, unos impactantes zarcillos de diamantes que fueron un regalo de sus padres. Guillermo vestía el uniforme escarlata de la Guardia Irlandesa, una señal de apoyo a las fuerzas armadas y un refuerzo para su imagen de militar de carrera.
El primer regalo de la realeza provino de la reina: los títulos de duque y duquesa de Cambridge.
La policía metropolitana calcula que un millón de entusiastas se congregó en las calles para saludar a los novios, con cerca de medio millón reunido cerca de las calles de Londres intentando ver el primer beso de casados.