Nueva York / AP - A pesar de lo intenso de los recuerdos de temor y confusión por los atentados del 11 de septiembre del 2001, Karen Cooney sabe que serían peores si siguiera viviendo en la ciudad de Nueva York.
Ella considera que, en su caso, la mejor manera de salir adelante fue irse de la urbe.
Cada vez que uno salía de la casa, había recordatorios (de lo sucedido), dijo Cooney, quien se reubicó en 2004 con su esposo en Upper Southampton, Pensilvania. Uno volvía a vivir ese día.
Aun cuando Nueva York se ha recuperado del 11 de septiembre en diversos aspectos y en los últimos 10 años su población ha crecido incluso en las cercanÍas donde el Centro Mundial de Comercio fue destruido, vivir ahí se volvió imposible para algunas personas traumatizadas por los ataques.
No hay cifras claras del número de personas que emigraron de la ciudad debido a los atentados, pero según un análisis de las estadísticas del censo que efectuó el Centro Empire para Políticas del Estado de Nueva York, 1,6 millones de habitantes del estado se mudaron a otras entidades de 2000 a 2010.
Cooney vivía en el distrito de Staten Island, donde residían numerosos bomberos, policías y otras personas que perecieron ese día. Su esposo perdió a un primo que se encontraba en el departamento de bomberos. Cooney y su hija incluso asistieron a funerales de personas que no conocían en solidaridad con las familias de los fallecidos.
Pero al paso del tiempo, la situación comenzó a volverse más pesada.
“Creo que si no me hubiera ido, no estoy segura de que lo hubiera manejado tan bien”, apuntó.
La señora LaShawn Clark recuerda los días posteriores a los ataques: la seguridad fue reforzada en su vecindario en el sector de Crown Heights de Brooklyn. Se vivía tanta tensión que las personas se echaban a correr cuando escuchaban las explosiones del escape de un vehículo.
Lo peor de todo era el pesar persistente por la pérdida de su esposo Benjamin Clark, el padre de sus cinco hijos fallecido al derrumbarse la torre sur del Centro Mundial de Comercio.
A principios de 2003, Clark empacó y se llevó a sus hijos a Allentown, Pensilvania. Jamás ha lamentado haberse ido ni haber emprendido una vida nueva: se casó otra vez y dio a luz a su sexto hijo. El cambio de escenario también fue positivo para sus hijos.