Edgar Fonseca
La inocente llamada del exministro.
El ministro que presto la atiende.
El contacto con la fiscalía.
Y el escándalo en la mesa.
Arrogancia, torpeza e imprudencia a cántaros.
Arrogancia porque, pareciera, algunos creen que el carisma político se clona.
Torpeza porque, dados los terremotos de años recientes algunos parecieran no entender los riesgos e implicaciones de episodios como los que han desatado la tormenta de estos días.
Torpeza porque si la credibilidad en las instituciones y en sus actores está por los suelos, incidentes como estos solo contribuyen a una mayor erosión de la confianza ciudadana en sus dirigentes y a poner más en duda la independencia de instituciones claves.
Torpeza, a todas luces, de una fracción gobiernista, que con el pie izquierdo, anda estéril hasta la fecha y se muestra en este lance sumisa, calculadora.
Imprudencia a raudales en frases, gestos y poses de algunos de sus integrantes.
El episodio venteado al amparo de nuestra asediada libertad de prensa, no pocas veces castigada por esos mismos jueces que, ante el destape, se ven obligados a investigar al Fiscal General desde un Poder Judicial, tampoco ajeno a cimbronazos como los de cuestionadas consultorías.
Y mayúscula lección a un fiscal metido, apenas en el inicio de su gestión, en el ojo de un torbellino de fuegos politiquero.
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