Felipe Arrieta Sánchez , colaborador
redaccion@aldia.co.cr

         

En el Club Campestre Español en Belén todo era fiesta, alegría, euforia y locura. Mientras que en Escazú, en el Jazz Café la frustración y tristeza invadió a los holandeses, las dos caras de la moneda.

Antes de iniciar el partido todo era un jolgorio en ambos lugares, llenazo total, todos bien identificados con los colores de su selección y con la ilusión de ver a su país en lo más alto del fútbol mundial por primera vez en la historia.

Ya iniciado el partido con el pasar de los minutos la angustia crecía, tanto españoles como holandeses no calentaban el ambiente pues el compromiso estaba muy cerrado.

El gol provocó la explosión en ambos lugares, euforia en Belén, frustración en Escazú, lágrimas en los dos sitios, unas de alegría otras de tristeza.

“Gracias a la vida que me ha dado tanto, después de una larga espera al fin somos campeones”, expresó eufórico Ceferino Casero, presidente del Club Campestre Español.

A kilómetros de distancia los holandeses reaccionaron, vasos y botellas volaban por los aires en muestra de desacuerdo por la expulsión de Heitinga.

“La tarjeta roja no era justa” decía una y otra vez el hijo del embajador de Holanda en nuestro país, quien era uno de los presentes más afectados. Y no era para menos su selección dejaba escapar el título por tercera vez.

Del otro lado la fiesta apenas empezaba, “campeones” era el grito que se escuchaba por todos los rincones, la alegría era total, tenían 22 nuevos héroes.

“Iniesta es un gran jugador, hizo el milagro cuando ya creíamos en los penales, él y todos los jugadores lo hicieron muy bien” dijo Casero.

Era inevitable, ayer al final de la tarde unos lloraban mientras otros celebraban a más no poder el ser campeones del mundo.