Viernes 6 de agosto, 2004. San José, Costa Rica.



 

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Claudio, Bernardo y Evelio no se dan tregua. Desde hace más de 30 años, los tres hermanos se encargan de poner a producir esta ladera en San Juan de Naranjo.
Rafael PACHECO/Al Día

Monumentos vivos

Rafael PACHECO GRANADOS

Ciudad Quesada.- El Monumento al Campesino, erigido en San Juan de Naranjo, es toda una atracción para los turistas que se dirigen hacia la Zona Norte.

Sin embargo, la figura del agricultor, con sombrero de ala que carga una pala en el hombro, adquiere vida a muy pocos metros de ahí, justo en la ladera que se encuentra en frente.

Y lo hace por partida triple, pues los hermanos Evelio, Bernardo y Claudio Chacón Solano, todos los días, desde las 6 a.m., se empeñan en aprovechar cada espacio de las dos hectáreas que les prestan para trabajar.

Ahí cultivan arracache, maíz, vainica, frijoles plátano, yuca, rábanos, culantro, tiquisque blanco… “de todo”, apunta don Claudio a quien todos conocen como “Cuyo”.

A pesar de su edad -Evelio es el menor de los tres con 67 años-, lucen joviales y fuertes al manejar la pala. En plena acción los encontramos el pasado lunes, a las 8 a.m., mientras aporcaban un corte de ñampí que recibe toda su atención desde mayo y cuya cosecha aparecerá a partir de diciembre.

Los Chacón Solano afirman que casi siempre están juntos. Desde hace años se empeñan en poner a producir la parcela de Rafael Matamoros, a quien no le pagan con dinero en efectivo, pero “él es el primero en probar los productos de cada cosecha”, señala “don Cuyo”.

“La oveja negra”

A sus 73 años, “don Cuyo”, el mayor de todos, no se cansa de agradecerle a Dios la por oportunidad de poder producir con sus propias manos lo que se come. Se considera “la oveja negra de la casa”, porque hace muchos años enfrentó problemas con la justicia por culpa del guaro. Sin embargo, cuenta con mucho orgullo que desde hace 30 años no toma ni una cerveza.

“Hasta en San Lucas estuve. Pero un día le pedí a Dios y dejé de tomar y le puse más ganas al trabajo. Siempre he sido de trabajo, pues incluso en esa cárcel yo tenía sembradas dos hectáreas de maíz, que vendí en 17 pesos para venirme para la casa”, indicó.

Doblados sobre el surco, casi no se dan respiro disfrutando del trabajo. Solo de vez en cuando, alguno se endereza para limpiar la pala con una paleta de lata, que sacan del delantal que llevan ceñido a la cintura.

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