Viernes 14 de mayo, 2004. San José, Costa Rica.



 

Perspectivas

PESIMISMO INEVITABLE

Ovidio Muñoz

Hay funcionarios públicos decididos a matar nuestro optimismo.

Cada escándalo, cada revelación, cada destape en el cual hay uno de ellos, lanza avalanchas de decepción sobre quienes vivimos en el llano.

A veces, cuando el pesimismo es mucho, hasta siente uno que el país no avanza. O que, si avanza, lo hace a la misma velocidad de una balsa de piedra sobre una corriente de aceite. Eso decepciona.

Tras la máscara de los “moles” en cada cuadra, los edificios nuevos, los hoteles de playa a todo lujo, los turistas arribando por millones, hay, creo, un país profundo, real, desnudo, al que un gobierno tras otro se ha negado a vestir como merece.

No puede ser. Siglo 21: las calles capitalinas están hechas de retazos. Da pena. Desde 1897 no hemos sido capaces de construir otro teatro que iguale, siquiera, al Nacional. Seguimos viviendo en el aldeanismo mental. Seguimos creyéndonos el cuento del subdesarrollo que, según muchos, es algo que está en la cabeza.

Da pena. La Avenida Segunda soñada por un presidente visionario sigue estancada a un costado del Bellavista, un cuartel hecho museo, en el cual ya no caben los tesoros arqueológicos. Porque tampoco hemos podido levantar uno digno del pasado histórico del país.

Las ¿autopistas?, como las calles de la capital, están formadas por remiendos de concreto, sobrantes de asfalto, cruzadas por grietas abismales.

Pero bueno, inmortal como es, a veces la ilusión insiste en brotar hasta que, claro, algún funcionario le pasa por encima con sus actos. Y no puede uno evitar la pregunta de rigor: ¿cuántas ilegalidades estarán ocurriendo en el país y no nos enteramos?, ¿cuántas componendas?, ¿cuántos millones habrán seguido un camino distinto al original?...

Es inevitable desanimarse, aunque hay razones de sobra para no hacerlo, si recordamos que la corrupción y la indecencia siguen siendo minoría. Pero bueno, somos débiles humanos.

De pronto, para empeorar las cosas, algún aspirante al poder sale a decir que tiene la solución a la medida para cada problema nacional. Pobres. Lo hacen sin saber –o sabiendo, sabe Dios– que sus ofertas solo ayudan a alimentar el pesimismo. Las hemos oído muchas veces, y pocas, poquísimas, han pasado del discurso en plaza pública. Ningún costarricense, puedo jurarlo, quiere eso.

¿Qué queremos? Visión de futuro, realidades, obras, responsabilidad, respeto hacia el país, hacia nosotros. Nada del otro mundo, solo lo que merecemos.

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