Martes 01 de marzo, 2005. San José, Costa Rica.



 

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Tribuna libre

Volvió con su habitual sonrisa

Carlos Freer

En un accidente en la Laguna de Arenal, el cineasta Edgar Trigueros falleció trágicamente en 1980. Un día llegó a mi oficina -como siempre lo hacía antes de una gira- a despedirse y a recordarme todo lo que tendríamos que hacer a su regreso. Llegó con su habitual sonrisa... se fue con su habitual sonrisa. ¡Ya no regresaría más!

Cuando ingresó al Departamento de Cine, fue muy fácil hacer amistad con ese muchacho bueno, inteligente, de gustos sencillos, conversación amena, muy simpático y siempre de buen humor.

Nunca olvidó su condición de periodista y escritor. Cada vez que algo le entusiasmaba, le zahería, le angustiaba o le emocionaba, solía decir: "Sería bueno escribirse un buen artículo sobre este asunto" o "¡Qué bien quedaría un cuento sobre este tema!".

Y en varias ocasiones le fustigué con la misma broma: "¿No te parece que sería bueno que alguien nos prestara cámara y película para hacer un documental sobre eso que tanto te interesa?". Una gran risa y un "tenés razón" eran indefectiblemente su respuesta.

Muy pronto empezó a obsequiarnos con hermosas ideas convertidas en imágenes. No descansó hasta filmar un rancho ardiendo perdido allá en la montaña, como tantos que había visto arder y le habían encendido la sangre y la pluma.

Se extasiaba contándonos, una y mil veces, cómo Melico Salazar había vendido hasta la cama para cumplir sus caros anhelos de conquistar Europa. Sabrá Dios cuántos muchachos han conocido de las hazañas de la Batalla de Santa Rosa, relatadas en un hermoso documental. Suya es una de las más inteligentes y ricas entrevistas fílmicas que se le hicieran a don Pepe, complementada posteriormente por Víctor Ramírez.

Se hermanó verdaderamente con los indígenas en su Waca, Tierra de Bribris. Comió en su misma batea, durmió entre el polvo de sus ranchos, en alguna ocasión les sacó de la cárcel, les mostró cine por primera vez.

Tuvimos que tirarnos boca abajo -en su compañía- frente al Camino Real, en la Managua revolucionaria, cuando ya los primeros contras afinaban la puntería. Recorrimos con Edgar calles y plazas, cuarteles y mazmorras. Dejó patéticas imágenes de los instrumentos de tortura en el malhadado búnker, con los despojos de la tiranía regados por doquier.

Amaba sus documentales, amaba a su familia, gozaba con deleite de la conversona, quería crear más y más.

Estaba inmensamente feliz con el reciente nacimiento de la niña.

Hoy, 25 años después, esa niña llegó a conocerme y saludarme. Por un instante sentí que había vuelto... ¡con su habitual sonrisa!

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